De cisma alemán ya hemos hablado mucho en Hispanidad. No es más que soberbia teutona en seguimiento de la vieja definición que de los alemanes hizo Chesterton: bárbaros tecnológicamente avanzados. Como todo es puñetera soberbia teutona, el cardenal Marx y los prelados teutones han decidido enfrentarse a Roma. Ahora, el presidente de la Conferencia Episcopal alemana, don Gerhard, ha salido con otra pavada: asegura que la Iglesia bendice a los homosexuales. Claro, pero eso no se lo ha inventado usted, no se trata de un avance de la Iglesia germana, sino de algo que ya había instituido el Catecismo de la Iglesia Católica, el último, vigente, y en el que usted participó: el de san Juan Pablo II, en 1992, que en su número 2.358, asegura que los homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza”. Y también asegura que “se evitará, sobre ellos, todo tipo de discriminación injusta”.

Ahora bien, justo en el punto anterior de ideario, mister Marx, en el 2.357, se apunta que: “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida.  No procede de una verdadera complementariedad afectiva y sexual”. Y concluye: “No pueden recibir aprobación en ningún caso”.

O sea, don Gerhard, que su pavada progre adolece de dos cuestiones:

  1. Es falsa. La Iglesia sí condena los actos homosexuales.
  2. No aporta nada. El catecismo insiste, desde hace casi 28 años, que los homosexuales deben ser acogidos con respeto y algo más: compasión y delicadeza.

Moviola: los homosexuales pueden recibir la bendición de la Iglesia. La bendición sí, la aprobación no.