Hasta los periódicos de derecha españoles, por ejemplo, La Razón, han calificado a los demócratas suecos como ultras, fascistas o, en el mejor de los casos, populistas.

Ocurre que los tales fascistas han resultado la tercera fuerza en las elecciones del paso domingo 9, con el 18% de los votos, aunque ha continuado ganando los cristófobos-socialistas suecos y los atolondrados democristianos.

Los titulares se llenan, además, de alarmantes preocupaciones acerca del avance de la ultraderecha y el fascismo en Europa, a veces con evocaciones a un tal Adolfo Hitler y las SS.

Oiga, ¿y si, por ejemplo, los suecos que votaron a ayer al llamado Partido Demócrata no fueran fascistas? ¿Y si simplemente estuvieran hartos de la petulancia islámica?

La melancólica progresía europea, la de izquierdas y la de derechas, ya ha encontrado su enemigo: el populismo fascista

En cuanto forman gueto, los musulmanes se vuelven violentos, quejosos, acusan de racistas a sus vecinos y manifiestan un odio singular por el país que le ha acogido. Hay barriadas de Estocolmo donde la policía no se atreve a entrar, de la misma forma que hay barriadas de Londres donde se ha impuesto la ley islámica… sin ley alguna.

A lo mejor no son ultras, sino gente, al menos en parte, con sentido común harta de abusos, de falta de respeto a la mujer y las costumbres suecas.

Por otra parte, el problema de Europa no es que abra las fronteras –lo natural es que las fronteras estén abiertas-, sino que las abre con subvenciones públicas adosadas y sin pedir nada a cambio al recién llegado. Muchos de ellos proceden de la radical injusticia social islámica, del hambre, y lo primero que exigen es sustento sin aportación alguna a cambio. En definitiva, las fronteras tienen que estar abiertas pero no se puede crear el derecho a la subvención, entre otras cosas porque ese Estado del Bienestar ha sido posible gracias al esfuerzo de muchas generaciones… de suecos. Además, como las subvenciones están regladas, al inmigrante no se exige nada a cambio de las mismas, por lo que estamos creando una inmigración que odia al país que los ha acogido.

Lo que ocurre es que la melancólica progresía europea, la de izquierdas y la de derechas, ya ha encontrado su enemigo: el populismo fascista. Porque, vacía de valores, necesitaba un enemigo para llenar ese vacío y justificar su existencia: ya lo tiene.