Se llamaba Louis de Saint-Just y fue uno de los asesinos más éticos de la Revolución francesa, el arcángel del terror, miembro del Comité de Salud pública. Un tipo íntegro, enemigo jurado la corrupción, honrado carta cabal, incluso honesto. Como digo, un repugnante carnicero jacobino.

Pero muy honrado, nada corrupto. Un Pedro Sánchez o un Pablo Iglesias hubieran aplaudido su actitud. Tenía sus mandamientos y su Iglesia, la Iglesia Constitucional (aunque luego se volvió contra ella y le dio por asesinar, también, a los curas constitucionales demócratas, sus antiguos aliados).

O sea, vuelven los tiempos del terror

Nada de ateísmos, como si fuera un Pedro Sánchez cualquiera: Saint-Just era, como Robespierre, un firme creyente en el Ser Supremo. Destacaba su pasión por la moraleja muy superior a las de logias masónicas. Además, no fue a Saint-Just, sino a Robespierre, al que otro dirigente jacobino más amante de la acción que de la filosofía, le cortó, en mitad de su muy teológico discurso:

-Robespierre: me estás hartando con tu Ser Supremo.

Los progres de finales del siglo XX no eran fanáticos, no eran jacobinos. Los progres de hoy, sí. No soportan ni a los indiferentes: todos debemos convertirnos a su religión del Ser Supremo, más bien, el tirano universal que, casualmente coincide con sus propias pretensiones, las propias de quien no quieren destruir a la Iglesia, sino conquistarla. Porque lo políticamente correcto en el siglo XXI no es matar al Papa, sino convertirse en Papa y, a partir de ahí, recitar un nuevo magisterio, a ser posible un pelín blasfemo.

Pero no se preocupen: todos ellos acabarán en la gran realización jacobino-republicana: la guillotina

En cualquier caso, el anticlericalismo del siglo XX está pasado de moda. Ahora se busca una cristofobia directa donde no hay que anular al Papa, sino sustituirlo por uno de los nuestros.

Son los tiempos del Anticristo: Robespierre y Saint-Just renacidos. O sea, que ha vuelto al reinado del terror, dirigido por asesinos de lo más íntegros y austeros, dados a denunciar al prójimo por corrupción política.

Pero no se preocupen: todos ellos acabarán en la gran realización jacobino-republicana: la guillotina. Como Robespierre y Saint-Just… mismamente.

Pero insisto: son los tiempos del Anticristo: "Robespierre, me estás hartando con tu Ser Supremo".