A estas alturas, en el Partido Socialista, y en la propia Moncloa, tienen claro que se trató de un gran error el retrasmitir, en vivo y en directo, el juicio del 'Procés'. Olvidaron en RTVE que si algo caracteriza a los independentistas catalanes es su narcisismo. Jamás se resisten a ser el centro de atención de todo lo que ocurre y su objetivo no está en Cataluña, sino en España: quieren que toda España esté pendiente de cada una de sus palabras, en un ejercicio de egolatría que el miércoles tuvo su estallido en los discursos finales de los acusados, que tuvieron un punto en común: la alabanza de su actuación y la comparación entre la democrática nación catalana y el ‘Estado’ español en flagrante déficit… democrático.

Y así, todo queda preparado para que se incendie Cataluña… antes de la sentencia y después

El lema del independentismo catalán es que se hable de uno… aunque sea bien, porque si se habla mal de nosotros, con tal de seguir siendo los protagonistas del evento, nos satisface igualmente.

Por retrasmitir el juicio se echaron los soberanistas a las calles la tarde le miércoles y Quim Torra buscó el martirio asegurando que volverán a hacer todo aquello por lo que van a ser condenados sus colegas.

El reiterado diálogo se vuelve imposible: ¿dialogar sobre qué? Los separatistas no quieren solucionar el problema, los españolistas no pueden

Y Cataluña se incendiará antes de la sentencia y aún más después. Ahora sí que todo diálogo es imposible: ¿Dialogar sobre qué?

El segundo concepto más escuchado en el Tribunal Supremo fue el pacifismo. Sabemos que el pacifismo no es más que una pose que acaba provocando violencia. Pero ahora, lo importante es que, como recordó uno de los fiscales, tras las 52 sesiones de juicio televisado, es decir, convertido en espectáculo, donde parecía que acusados, abogados defensores y hasta fiscales y jueces hablaban a la cámara, lo que reina, aún más que antes en Cataluña, es la intimidación. No hay violencia física pero hay amenaza latente y miedo a expresarse. Salvo entre los secesionistas, claro está. Hay, sobre todo, miedo a identificarse y la gente, separatista o no, acaba empleando un lenguaje politiqués que resultaría ridículo en una situación de ‘normalidad’.

Sólo queda convivir con la rareza, poner sordina al separatismo y modificar la educación en Cataluña

¿La solución? Acostumbrarse a vivir en lo extraordinario, no hacerle mucho caso y liberar a los niños catalanes del lavado de cerebro al que han sido sometidos sus padres, la generación actual. Aún más que el 155, urge el cambio en los colegios catalanes, en los públicos y en los privados. El gran error de la Transición fue ceder las competencias sobre educación a la burguesía catalana de CDC, más independentistas que el proletariado catalán de los años 70 y 80 del pasado siglo. 

Y dejar que pase el tiempo y se alejen los vientos de chifladura.