Después de la tormenta llega la calma, también en la familia Botín. Porque ha habido guerra y de las gordas, desde que Ana Botín asumió la Presidencia del Banco Santander el 10 de septiembre de 2014, tras el repentino fallecimiento de su padre.

Al principio no hubo ningún problema salvo el malestar provocado por los rápidos movimientos de la primogénita el día de autos, como si temiera que Javier le fuera a disputar el puesto, algo que a su hermano ni siquiera se le pasó por la cabeza.

No, las desavenencias en el seno familiar llegaron meses después, con la progresiva caída de la cotización del banco. Y es que, cuando Ana asumió el mando, la capitalización del Santander era de 88.040 millones de euros. Sólo un año después, en 2015, se había reducido considerablemente hasta los 65.792 millones. Y los Botín, representados por Javier -es el presidente de la Fundación Marcelino Botín, propietaria del 0,7% del Santander- estallaron contra su hermana mayo: nos has hecho perder el 40% del patrimonio.

Relacionado

Desde entonces, el empeño de Ana Botín ha sido recuperar el terreno perdido y lo ha logrado: el banco cerró 2016 con un valor en bolsa de 72.313 millones de euros y en diciembre de 2017 alcanzó los 88.409 millones, casi 400 millones más que en 2014.

Los Botín están en paz. Ya no perdemos dinero. Pero tampoco es como para tirar cohetes.