Vivimos los tiempos del Sanchismo que han convertido a los felipistas en sabios… simplemente porque el felipismo, de tenebrosa memoria para España, al menos no ha perdido el sentido común.

Lo cuenta la solvente publicación Escudo Digital (nada que ver con la coña del escudo social de Pablo Iglesias), porque el ex ministro socialista del Interior, José Luis Corcuera, presentó el libro de Francisco Mercado: “Una pandemia de errores”. Un volumen sobre el coronavirus  que considero sólo superado por la “La Verdad de la Pandemia”, obra de Cristina Martín Jiménez.

Haría bien, Sánchez en no perder la “respetabilidad del felipismo”. Podría pasarle factura electoral

‘Una pandemia de errores’ analiza la desastrosa gestión contra el virus (y lo de contra empieza a resultar dudoso) de Pedro Sánchez, mientras ‘La verdad de la pandemia’ analiza el coronavirus como obra del Nuevo Orden Mundial (NOM), del que Sanchinflas sólo es un peón, en sus dos posibilidades, que no tienen por qué resultar excluyentes: el origen, desconocido, del virus y la manipulación posterior del Covid-19 para controlar a los pueblos.

Martín Jiménez se hizo famosa en las redes sociales -y ha sido censurada en los medios- tras sus espléndidos escritos sobre el Club Bilderberg. Presten atención a estos autores despreciados por los multimedias organizados que desarrollan su labor en las redes sociales (a tiro de Clik), al margen del Sistema y de lo políticamente correcto. Una de dos: o son santos o demonios. Martín Jiménez se encuentra entra las beatificables.

Pero ahora no me interesan ninguno de los dos libros sino las palabras de José Luis Corcuera en la presentación del primero de esos dos libros, el de Mercado y en la entrevista del exministro con Escudo Digital, porque muestra la quiebra que ha abierto en el PSOE la egolatría de Pedro Sánchez, el ‘Narciso’ de la Moncloa.

El poder en España se consigue alrededor de esa masa vaporosa e indefinible que se llama votante de centro

Cuando un exministro socialista, con carné del PSOE desde la juventud, asegura que lo que resulta “un problema de salud pública (es) que la gente sepa quién es Pedro Sánchez”… es que algo está ocurriendo en la llamada familia socialista española.

Al aliarse con los comunistas de Podemos y con los separatistas, al alentar la “republiqueta” a la que se refiere Felipe González y contra la que afirma que luchará con todos sus fuerzas, Sánchez ha roto el PSOE.

No es que le importe mucho: don Pedro es un personaje que vendería a su madre con tal de permanecer una hora más en La Moncloa… lo que constituye su único objetivo vital.

Además, para el actual presidente del Gobierno, el único remedio contra el rencor es la amnesia y hoy Felipe González es su enemigo, como lo pudo ser Rajoy o lo es Pablo Casado: también Felipe González ayuda a echarle de Moncloa y eso no lo va a tolerar.

Sánchez cada día acude menos a Ferraz. Es más: considera que lo que diga Felipe González importa más en la Argentina que aquí. Lo que diga Corcuera aún le importa menos que lo que suelta Alfonso Guerra. Pero debería preocuparle porque esos personajes aún poseen su impronta, no sólo en el votante tradicional socialista, sino en algunos de los ministros del actual Gobierno, precisamente aquellos que le han otorgado una capa de respetabilidad a un personaje como Sánchez que no podría acceder a ella por sus propios medios, ni por el boato de su cargo ni, mucho menos, por su capacidad intelectual o por su categoría personal.

Me refiero a ministros como Margarita Robles o Nadia Calviño, que empiezan a sentirse incómodas con la deriva frentepopulista de Pedro Sánchez. Más la primera que la segunda, a la que pierde su ambición, pero todo suma.

Haría bien Sánchez en no perder la “respetabilidad del felipismo”. Podría pasarle factura electoral. El poder en España se consigue alrededor de esa masa vaporosa e indefinible que se llama votante de centro. No son muchos -pongamos un millón de votos- y, con precisión, tampoco se sabe lo que son ni lo que votan: pero resultan decisivos.

La respetabilidad, estúpidos, la respetabilidad.