• No son procesiones laicas ni ateas: son blasfemas.
  • Y a los blasfemos hay que perdonarles porque no saben lo que hacen.
  • Nosotros sí sabíamos lo que hacíamos cuando nos volvimos tibios.
  • Es más, a Cristo no le asesinó el poder romano ni judío: le crucificamos todos.
  • O sea, que los culpables del asesinato de Cristo somos usted y yo, no los poderosos.
  • A partir de ahora, el lema es: "de derrota en derrota hasta la victoria final".
  • Por un lado, quiero morir: por el otro, vivir.
  • Bromeemos sobre el Anticristo en cualquier momento, menos en éste.
  • Pero no lo duden: tenemos asegurada la victoria final.
Decía el Jueves Santo que el gran cisma de la Iglesia ya está aquí, dentro y arriba, y el Viernes Santo añadía que ese confusión reinante, eclesial y vital, está provocando una verdadera sangría de suicidios en el mundo Cada Viernes Santo, por la mañana, acostumbro a ver la obra maestra de Mel Gibson: La Pasión, un verdadero arrebato de genio de un actor-director al que llaman loco y probablemente lo esté. Pero los locos son más necesarios que nunca en un mundo abotargado. Y cada año descubro algo nuevo con la peli. Algo nuevo que puedo leer en los evangelios antiguos, ciertamente, pero que en imágenes te calan con más intensidad, porque se quedan, mitad por mitad, en el intelecto y en la imaginación. Por ejemplo, este año me he quedado con la multitud, "chusma", que tan certeramente dibuja Gibson y que es la verdadera responsable, por encima de Pilatos, Caifás o Herodes, de la condena a muerte de Cristo. Y usted y yo formamos parte de esa chusma… casi 2.000 años después. Se lo diré de otro forma: usted y yo –el pueblo- somos los verdaderos culpables de la muerte de Cristo, los que asesinamos al redentor. Como periodista, poseo el desgraciado hábito de buscar culpables ente los poderosos. O no tan desgraciado, porque a más poder, en efecto, mayor responsabilidad y generalmente mayor culpabilidad… y porque lo conveniente consiste en defender siempre al débil del fuerte. Ahora bien, cuando la sociedad de la conspiración ha sido sustituida por la la sociedad del consenso, resulta que se impone la tesis de Ortega y Gasset: tanto en la democracia como en la dictadura, manda la opinión pública. Lo cual es muy democrático pero no tiene por qué ser bueno: no solo es que el pueblo pueda equivocarse -que se equivoca- es que también puede tener muy mala leche. De hecho, suele tenerla. Con decirle que el pueblo somos usted y yo. A Cristo le asesinó la turbamulta, no la cobardía de Pilatos –que también-, ni la soberbia de los sumos sacerdotes –que también- ni la degradación de Herodes… que también tuvo su parte. Por otra parte, Jesucristo fue asesinado en la plenitud de los tiempos, porque la redención marca la plenitud de los tiempos. Llevamos 2.017 años en línea de salida, pues la cumbre -que no el inicio- de la historia humana acaeció un domingo, el primer día de la semana, en Jerusalén. Pero antes que su resurrección vino su muerte, y casi dos milenios después el personal sigue sin entender nada sobre la muerte de Cristo. Y con esto quiero decir que nada ha cambiado: que la culpa de los males de la Iglesia la tenemos todos los que somos Iglesia. Y de la actual y feroz persecución contra la Iglesia… también tenemos la culpa usted y yo, con el añadido de nuestras deslealtades. Todo alma oscila entre dos deseos igualmente nobles: el de vivir y el de morir. Por ejemplo, un tal San Pablo en la Carta a los Filipenses, nos suelta lo siguiente: "Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, (24) pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo". (Filipenses 1, 23-24). Y como resulta que la persecución de los cristianos ya ha comenzado, y me temo que se trata de la gran tribulación, esto es, la gran persecución, vivimos el momento en que ambos deseos se ponen en pie y compiten por la primacía en el espíritu de cada hombre. La persecución es elegante en Occidente cada vez menos, y sangrienta en Oriente, cada vez más. Y lo más probable es que cada vez lo sea más. Y encima viene manipulada en sus orígenes e intenciones reales. Además, a los blasfemos hay que perdonarles porque no saben lo que hacen: nosotros sí sabíamos lo que hacíamos cuando nos volvimos tibios… y ahora nos extraña que Dios nos expulse de su boca. Pero volvamos al Pablete de Tarso: En todo atribulados pero no angustiados, Perplejos pero no desesperados, perseguidos pero no abandonados, derribados pero no aniquilados. ¿Y hay que ponerse serios? Sobre la persecución sí. Aunque, como decía Chesterton, bromeemos sobre la muerte pero no en los lechos de muerte, no al lado de los agonizantes. Bromeemos sobre el Anticristo en cualquier momento, menos en este, que puede ser el suyo. ¿Y si esta Cuaresma fuera la última, un fin de ciclo antes de la nueva era? A partir de ahora, el lema del cristiano: "de derrota en derrota hasta la victoria final". Por un lado, quiero morir para poder vivir eternamente. Por otro, como San Pablo, quiero vivir para ayudar y apra merecer. Último consejo: no duden de lo más importante: la victoria final será nuestra. O sea, Suya. Eulogio López eulogio@hispanidad.com