Pedro Sánchez siempre me ha recordado al violinista sobre el tejado. Recuerden aquella escena genial, que, supongo, habrá pasado a la historia del cine. Nuestro protagonista está escuchando una opinión profunda de uno de sus contertulios, y nuestro lechero asegura: tienes razón.

Un segundo le lleva la contraria al primero y nuestro lechero afirma: tú también tienes razón.

Surge un tercero, quien le recuerda a nuestro acomodaticio que no puede ser: o el primero tiene razón o la tiene quien le contrariaba. Los dos al mismo tiempo no es posible. A lo que nuestro protagonista responde: Sabes que tú también tienes razón.

El presidente tiene un problema: no acepta que el adversario actúe con rectitud de intención. Por eso ha disparado el actual enfrentamiento civil

Es el vivo reflejo de Pedro Sánchez. El presidente en funciones se define como progresista y moderado y no deja de repetir ambas catalogaciones sin solución de continuidad. ¡Pero si son antónimos! Los progresistas nacieron en el siglo XIX -la izquierda del momento-. Para diferenciarse de los procedentes del antiguo régimen, monarquía absoluta, calificados como moderados. Y eso todo porque los únicos mamaban el futuro mientras los otros querían conservar el presente. Ni los unos ni los otros se sentían ofendidos de que se les catalogara sí, pero no con ambas cosas a la vez.

Pedro Sánchez, por contra, ha superado el principio de contradicción: él es moderado y progresista, todo a un tiempo. Es capitalista y socialista, partidario de las clases medias propietarias pero valedor del Estado del Bienestar, liberal y estatista. Defensor de la ortodoxia financiera pero también de las subida de las pensiones, defensor de la vida y apóstol del aborto y la eutanasia. Él puede ser Sánchez y su contrario.

Segunda nota característica del presidente en funciones: Sánchez no tiene adversarios, sólo enemigos.

Sánchez es una contradicción en sus propios términos. Se autocalifica como progresista y moderado: ¡Pero si son antónimos!

Concretando: es un hombre que dice cosas como esta: El día 11 -todavía no ha ganado las elecciones pero lo da por hecho- me pondré en contacto con todas los partidos democráticos salvo como la ultraderecha, con Vox. O sea, que Vox es ultra y Podemos es de centro izquierda, por no hablar de los indepes vascos y catalanes o de los proetarras de Bildu.

Tercera cuestión: es un hombre “humilde” y nos aconseja a todos que seamos humildes. Considera que la humildad consiste en echarse cieno encima, vestido de sayal y ceniza… antes de que alguien se le ocurra hacerlo sobre tu cabeza: “Hay que ser humildes” le decía a Antonio Ferreras cuando lo de los fiscales, no vaya a ser que alguien me recuerde que soy más chulo que el ‘Pichi’. Ya saben: “veinte años intentado ser humilde y al fin lo he conseguido”.

Es el soberbio quien se critica en lo mucho… para evitar que el vecino pueda criticarme en lo poco, pues eso sí que no podría soportarlo.

Sánchez no sabe que la humildad no es más que buen humor y burlarse un poco de sí mismo. La humildad es lo contrario del engolamiento: ahora recuerden cómo anda y cómo habla Pedro Sánchez.

Veinte años intentado ser humilde y al fin lo ha conseguido. Contra soberbia, buen humor. ¿Sánchez sonríe?

Tres patas para soportar la mesa Sánchez Pérez-Castejón y que no tendrían mayor importancia si no fuera porque ese insulto congénito al otro y esa falta de confianza en la rectitud de intención del adversario, es lo que está disparando la división entre españoles, un enfrentamiento civil que ya dura mucho tiempo. Los indepes catalanes dicen que hay separatistas pero también existen separadores. Sánchez pertenece a estos últimos.

De todos los presidentes de la democracia española Don Pedro es el más sectario. Y fíjense: nunca sonríe y cuando lo intenta le sale una mueca congelada.

Resulta inquietante que Sánchez repita en Moncloa. Por favor, cualquiera menos él.