• Y la novedad estriba en que ERC, ahora, sí le apoya: tampoco quiere elecciones.
  • Ahora bien, la más cabreada es la CUP, que ya no puede tumbar al Govern con una moción de censura.
  • Y Puigdemont, feliz por el triunfo de Sánchez: ya le ha hecho valer el carácter de plurinacionalidad.
  • Además a Sánchez, con ganas de revancha, le han apoyado el 80% de afiliados del PSC.
  • Mientras, toca enredar con el órdago del referéndum, pero no se celebrará, no por falta de ganas sino de medios.
El presidente catalán, Carles Puigdemont, no convocará elecciones en Cataluña hasta 2018. Era una de opciones para salir del atolladero provocado por el referéndum, órdago que sigue adelante pero más como argumento retórico que real. Por razones distintas, el adelanto electoral era el deseo de Rajoy y también de Oriol Junqueras (ERC). Para el presidente del Gobierno, por motivos obvios: la deriva independentista ha conducido a poco y su gesto más paradigmático -el referéndum-, a nada. Por eso ve la salida en la convocatoria en unas nuevas elecciones. Para Oriol, sin embargo, era la oportunidad de hacerse con la presidencia de la Generalitat, porque ERC iba a ganar esa partida, primero con la ruptura de Junts pel Sí, y después dejando atrás a la antigua CiU, hoy PDeCat. Una de las novedades por tanto de la decisión de Puigdemont está precisamente en el apoyo, ahora, de Esquerra Republicana para alargar la legislatura. A quien le cambiado el paso es a la CUP, el árbitro tan anticapitalista como inmerecido en el procés, cierto, pero necesario para la investidura de Puigdemont y para todo lo que ha venido después. Había puesto una condición: la convocatoria del referéndum de septiembre antes del verano y eso no va a ocurrir. La moción de censura que podría plantear ya no serviría de nada, ni saldría adelante. La consulta, finalmente, no va a tener lugar, pero no por falta de ganas de Puigdemont (en la imagen, en una de sus conferencias en el exterior, en concreto en Chatham House de Londres), Oriol and company, sino de medios. Está ocurriendo lo mismo que con otras iniciativas, como las leyes de desconexión, aprobadas por el Parlament y neutralizadas después por la Justicia, con sus promotores encausados. Ese el mismo motivo por el 9-N quedó en un paripé y que ha supuesto, además, la inhabilitación de Artur Mas, Joana Ortega, Irene Rigau o Francesc Homs. ¿Con qué medios se va a convocar, si no hay ya escuelas que se presten -y menos directores de centros, con la responsabilidad que pueden cargar-, ni posibilidad de convocar concursos públicos para fabricar urnas y, además, con la jurisprudencia acumulada en contra?  Eso es justo lo que ha pasado desde el 9-N. En ese escenario entra en juego Pedro Sánchez, reelegido secretario general del PSOE, en las primarias. Puigdemont está encantado, feliz. Ha vuelto a colar entre los socialistas su concepto de la plurinacionalidad de España, lo que daría margen para reabrir el diálogo al contencioso catalán en el momento que proceda. Curiosamente, en ese escenario entran también otros elementos: las ganas de revancha de Sánchez, por un lado -incapaz él de trascender a su propia pesadilla en el partido-, y el hecho de que le hayan apoyado en Cataluña el 80% de los afiliados del PSC. Para Puigdemont es la oportunidad de que el PSOE se lo replantee, y se aleje de la tentación centralista de muchos dirigentes socialistas. Claro que la situación en esto también apela al realismo. El PSOE es demasiado débil en el Parlamento y es prematuro hacer cualquier diagnóstico a la espera de su congreso de junio. Rafael Esparza