• El secretario general del PSOE, cada día más débil en su propio partido.
  • Mensaje para Susana Díaz: "Me presentaré a las primarias y las ganaré".
  • La técnica del gran estratega Luis Arroyo (Carme Chacón) le está conduciendo al ridículo.
  • Se lo llevó a Estados Unidos para investir a Sánchez de 'aura presidencial' y se equivocaron de campus universitario.
  • Arroyo pretende ser el Pedro Arriola del PSOE y por el momento lo está consiguiendo: falla tanto como el asesor de Rajoy.
  • Lo más importante: Sánchez no cuenta para los viejos cargos socialistas.
  • Y luego su locuacidad. Hablar constantemente tiene un problema: puedes no tener nada que decir.

Excusatio non petita. El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez hacía el ridículo en la mañana del martes 20 cuando declaraba, en mensaje periodístico dirigido a Susana Díaz, que no era un presidente transitorio y que se presentaría a las primarias de junio y las ganaría. Vamos, que será él, sólo él, el candidato socialista a la Moncloa en las Generales de, presuntamente, noviembre: "Me presentaré a las primarias y las ganaré". Eso no lo dice alguien que se sabe ganador sino alguien que teme al ciclón tranquilo, Susana Díaz, a quien desean al frente del PSOE tanto en este partido como en el Gobierno del PP como en el mundo económico.
Sánchez se ha echado en manos de Luis Arroyo (en la imagen), quien se autotitula como el inventor de la comunicación política del siglo XXI. Fue jefe de Gabinete de Carme Chacón, quien, como Susana Díaz, espera la caída de Sánchez pero en el entretanto le manifiesta todo su apoyo.
Fue Arroyo quien preparó el viaje de Sánchez a Estados Unidos. No se consiguió la entrevista con Obama, pero sí se pregonó que se vería con sus principales asesores. Lo que sí consiguió fue equivocarse de campus universitario, lo que hizo expresar a su anfitrión que esperaba supiera dirigir España mejor que el GPS. Arroyo pretende ser el Pedro Arriola del PSOE y, por el momento, lo está consiguiendo: falla tanto como él.
Y es que el problema de Sánchez no es Susana Díaz, sino él mismo. Su locuacidad, animada por Arroyo, tiene un problema: si hablas demasiado la mitad de las veces no tendrás nada que decir. Y lo malo es que es un líder que no se puede cambiar antes de las municipales y autonómicas. Y lo peor: la principal barrera de Sánchez para consolidarse está en su propio partido. Felipe González, que sí ha perdido peso en el PSOE, no ha perdido poso.
Miriam Prat
miriam@hispanidad.com