Decíamos ayer, que el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y su esposa, Begoña Gómez, habían recorrido 2.700 kilómetros (Madrid-Roma-Madrid) para quitarse el olor a radical, radical cristófobo, entre otras cosas.

Se suponía que lo había conseguido. Ahora bien, sorprende que Moncloa guarde un estruendoso silencio tras la visita de Sánchez al Vaticano. Y esto porque el presidente del Gobierno, tras alabar al Papa por su última encíclica, que le pareció utilizable para sus intereses, recibió un sonoro rapapolvo de Francisco, rapapolvo argentino, de esos que te impiden responder de inmediato porque primero debes asimilar qué es lo que realmente te ha dicho. Sólo lo sospechas… y te temes lo peor.

Según lo ve el firmante, yo diría que Sánchez tenía razón para sentirse incómodo porque, en efecto, le estaba echando un broncazo. Lo mejor es ir a las fuentes originales: lean ustedes el discurso entero -corto- del Papa Francisco ante el presidente del Gobierno español.

O también, observen el vídeo de la reunión, que resume, a lo Youtube, la audiencia que tanto enfadó a Sánchez, especialmente las palabras más duras, las que, según Moncloa, Sánchez consideró un impertinencia: “las ideologías sectarizan, las ideologías deconstruyen la patria, no construyen”. Decirle eso al hombre que ha metido a los comunistas de Podemos en el Gobierno de España, puede resultar ligeramente incómodo.

Como tampoco agradó a Sánchez que el núcleo del discurso del Papa versara sobre los conceptos de país, nación y patria que, por mucho que el Gobierno sociopodemita trate de recuperar, a veces insistiendo en ello con tono forzado, siguen siendo patrimonio de la derecha y negados por la izquierda.

Al final, Pedro Sánchez se negó a hacer declaraciones y lo probable es que alguien pague caro la humillación a la fue sometido. Nada menos que él.

Algo parece claro: Sánchez no es el político más admirado por Francisco. Su rosto al recibir a los Reyes de España no parecía el mismo que al recibir a la pareja presidencial. Pero a lo mejor es que al Papa le había sentado mal el desayuno.