Al fin, una buena noticia sobre la pandemia. No, todavía no hay terapia ni vacuna, que la ciencia continúa fracasando y la medicina también. Hacen lo que pueden, pobres diablos, pero el virus se les escapa. Les supera por todos los flancos. Y, en el entretanto, el personal se desespera. Lógico, para el hombre del siglo XXI, el mayor bien de la vida es la supervivencia. O sea, durar. Aunque sea malviviendo, pero durar.

El ser humano puede soportar cualquier desgracia mientras tenga plazo de caducidad. Pero cuando, vencido ese plazo, resulta que resurgen los rebrotes… Son una chorrada pero con ellos vuelve el miedo. Y el miedo es la vivencia de la cobardía, dura de presagiar, insufrible en el vivir, indeseable para recordar. Un pestiño.

¿Aguantaría el pueblo español otro confinamiento, otro arresto domiciliario? Lo dudo

Entonces, ¿dónde está la buena noticia? La buena noticia consiste en que el engaño del poder, la utilización de la desgracia en beneficio de la clase política, empieza a no colar. La buena noticia la resumía así uno de esos ciudadanos anónimos, catalán por más señas, tras la decisión de la Generalitat de imponer la mascarilla como obligatoria en toda la comunidad autónoma, que era entrevistado por un canal de TV: “Como no saben muy bien a dónde vamos, cada semana o cada mes van diciendo algo”. ¡Anda!, otro que se ha dado cuenta de que estamos en manos de negligentes aprovechados.

El otro día salí de la penúltima rueda de prensa monclovita convencido de que el Gobierno atisbaba otro confinamiento. Lo haría, claro está, porque son enemigos de su propia historia, pero ahora temen hacerlo, a pesar de lo bien que les salió el primer envite, porque la gente se les puede rebelar. No por lógica, sino por desesperación. La desesperación puede acabar en reacción similar a la del coraje, pero se trata de un coraje ciego, rabioso. En plata: ¿aguantaría el pueblo español otro confinamiento, otro arresto domiciliario? Lo dudo.

Para el hombre del siglo XXI, el mayor bien de la vida es la supervivencia. O sea, durar. Aunque sea malviviendo, pero durar

En cualquier caso, el entrevistado tenía razón. La labor de nuestra clase política frente al coronavirus es de… ocurrencias. Hoy esto, mañana aquello. Y si ni esto ni aquello dan resultado ya buscaré un culpable.

Ejemplo: según el icono de la Covid-19, don Fernando Simón, la mascarilla ha pasado de ser un objeto prescindible -“la mejor mascarilla es mantener la distancia interpersonal”- a objeto básico y primordial en la lucha contra el virus, que todos debemos llevar -pagando de nuestro bolsillo, naturalmente- y quien no lo haga debe atenerse a la reprobación social y/o sanción correspondiente. Pero eso sí, tanto una cosa como, a la semana, su contraria, se anuncian y explicitan con rotundidad, sin el menor asomo de duda y sobre todo, con carácter definitivo.

Y como no hagas caso… eres un irresponsable un incívico, un insolidario… y un asesino, que estás poniendo en peligro la vida de los demás.

¡Digo!