• Los cristianos son vistos como la expresión de un credo extranjero, en contraste con la visión nacional-budista.
  • El régimen militar ha introducido salvajes medidas discriminatorias contra los cristianos, que se han aplicado durante años.
  • Los militares continúan cometiendo graves abusos sobre los derechos humanos, como episodios de violencia sexual dentro de los centros religiosos o la tortura de pastores, fieles y ciudadanos comunes.

La crisis humanitaria y la persecución que afecta a los musulmanes Rohinyás no es la única que está en curso en Myanmar (Birmania). Las violaciones a la libertad religiosa y a los derechos humanos perpetradas por miembros de las fuerzas militares, movimientos nacionalistas budistas y ciudadanos birmanos no golpean exclusivamente a los Rohinyás, sino también a otros grupos étnicos minoritarios esparcidos por el país. Ellos comparten el mismo sufrimiento, aunque no reciban la atención mediática que la comunidad internacional presta a la zona situada en la frontera entre Myanmar y Bangladesh. Es el caso de Kachin (en el norte del país) y de Naga (en la frontera con la India), poblaciones donde hay una fuerte presencia cristiana, que llevan décadas padeciendo la persecución, informa Asia News. Explotando las raíces budistas de la cultura nacional, durante años, el régimen militar introdujo brutales medidas discriminatorias en relación a los cristianos, quienes son vistos como la expresión de una fe extranjera y en contraste con la política de "una nación, una raza, una religión". Muchas de estas medidas aún siguen vigentes, y el prejuicio es un fenómeno difundido, incluso a pesar de que la Iglesia está presente en el país desde hace más de 500 años. Todas las comunidades cristianas de Myanmar sufren las restricciones que imperan en lo que concierne a la adquisición de terrenos para fines religiosos. Procedimientos burocráticos militarizados impiden la liberación de permisos a las comunidades en cuanto tales. A pesar de tener un lugar donde profesar su religión, algunos fieles son forzados a ceder o a poner a disposición sus propiedades o sus viviendas particulares. En las áreas donde la mayoría de la población es budista, y particularmente en los bastiones de los monjes ultra-nacionalistas de Ma Ba Tha, a los cristianos prácticamente se les impide reunirse. Esto sucede mientras continuamente se llevan adelante inversiones estatales para construir pagodas o monasterios, como parte de la política de promoción y difusión del budismo. En diciembre de 2016, un informe de la Comisión sobre libertad religiosa internacional de los Estados Unidos de América (USCIRF) sacó a la luz algunos de los más feroces episodios de intimidación y violencia contra los cristianos de Myanmar. Entre ellos, figuran el desplazamiento forzado, la destrucción de cementerios, los ataques a los lugares de oración, y la continua campaña de conversiones por la fuerza y de lavado de cerebro, que se lleva adelante en las escuelas financiadas por el gobierno en las regiones fronterizas, en particular en el territorio de Chin y Naga. Otra práctica común es la sustracción indebida de terrenos ricos en recursos, por parte de las autoridades locales. En las áreas de Kachin, las violaciones a la libertad religiosa se entretejen con el conflicto en curso entre los grupos armados y las fuerzas del gobierno. Los militares suelen ocupar las iglesias y convocar a comunidades enteras para efectuar interrogatorios en masa y arrestos de manera indiscriminada. Es muy frecuente que los fieles y pastores pasen a ser considerados aliados de los rebeldes y como consecuencia sean punidos. Los soldados del Tatmadaw, el poderoso ejército birmano, han profanado, dañado y destruido numerosos lugares de culto. Con casi absoluta impunidad, los militares continúan cometiendo graves abusos sobre los derechos humanos, como episodios de violencia sexual dentro de los centros religiosos o la tortura de pastores, fieles y ciudadanos comunes. Luego de más de cinco años de conflicto, al día de hoy ya suman más de 120.000 las personas forzadas a huir, que viven en condiciones desesperantes, aguardando poder regresar a sus hogares. En la medida en que el conflicto continúe, no hay perspectivas reales de regresar en condiciones dignas y de seguridad para los desplazados internos de Kachin. La discriminación en base a la religión en ciertos casos incluso es institucionalizada. Es prácticamente una norma que los cristianos Kachin, Naga y Chin que desarrollan tareas en el servicio civil y en otros sectores del gobierno sean dejados al margen cuando se trata de promociones, dando prioridad a los budistas. Cuando cubren cargos de gobierno, arriesgan sanciones en caso de no apoyar las iniciativas budistas, por lo cual las autoridades a menudo obtienen coimas pagadas por los cristianos para dar curso al financiamiento. En el Estado de Chin, los empleados de gobierno incluso son obligados a trabajar los domingos, sin recibir compensación alguna por ello. Aunque no sea declarada tal oficialmente, en los hechos, el budismo es considerado la religión de Estado del Myanmar. Los militares, cuyo poder no es sometido al control de la sociedad civil, hacen hincapié en "la posición especial" que detentan, y se presentan como defensores de la cultura y de la tradición birmanas. Con el correr de los años, esto ha llevado a profundas fracturas entre las diversas comunidades étnico-religiosas del país, permitiendo que el Tatmadaw reafirme de cuando en cuando su poder. Sin embargo, a partir de su victoria en las elecciones de noviembre de 2015, la líder democrática birmana Aung San Suu Kyi ha dado inicio a un difícil proceso de pacificación y reconciliación nacional. José Ángel Gutiérrez joseangel@hispanidad.com