No lo digo yo, lo dice san Agustín, que era un tipo con dos orificios nasales y apéndice lenguaraz: “Dejad que nos felicitemos y demos gracias porque no sólo nos hemos hecho cristianos, sino Cristo”.

Una de esas frases tan fuertes que hay que repetir para aclarar. Y el de Hipona insiste: “¿Entendéis hermanos? ¿Os dais cuenta de la gracia de Dios en nosotros? Admiraos, alegraos: Nos hemos hecho Cristo”. Él, la cabeza, y nosotros, los miembros de un mismo cuerpo, el cuerpo místico que es la Iglesia.

Porque los ángeles malignos también creen en Dios, pero no le aman: la clave es el amor… algo para lo que hay que echarle… narices. 

Esta es la única verdad que está en juego en el siglo XXI: el ser o no ser de la Iglesia y de la humanidad. Y no se preocupen: será un ser

Ahora bien, si por amor entendemos lo que entiende esta sociedad de imbéciles, eso que se hace entre sábanas, bueno, entonces no hay mucho que hablar.    

Para el resto, mantengamos lo principal, aquello que puede llenar una vida: no nos hemos hecho cristianos, nos hemos hecho Cristo. No nos hemos hecho un qué, sino un quién.

Por las mismas, repito, el cristiano no cree en un qué, en el dogma cristiano, cree en un quién, en Jesús de Nazaret.

Esta es la única verdad que está en juego en el siglo XXI: el ser o no ser de la Iglesia y de la humanidad. Y no se preocupen: será un ser… y mucho mejor, mucho más logrado.