Buen trabajo el de Francisco José Gómez (El día de Reyes): una selección, con generosas glosas anexas, de cuentos y poemas navideños y, atención, de la historia de la celebración de la Navidad y la Epifanía en España y, por extensión, que la idea es la misma, en todas las iglesias del Globo.

Por ejemplo, en España se fue forjando la Encarnación de Cristo -el cumpleaños del Redentor hecho carne- alrededor del siglo quinto, una vez que en el IV, en concreto en el 354, el Papa Liberio fechara el 25 de diciembre como la festividad de La Natividad del Señor.

En España la cosa empezó celebrándose como la Vigilia de Oración, durante toda la noche del 24 al 25 de diciembre, aunque el Adviento, sin fecha navideña, así como la Epifanía, en sentido más amplio que la venida de los Reyes Magos, en el sentido de que una humanidad que adora al Dios que se anonada hasta convertirse en un bebe, era una práctica que ya venía de atrás.

El hombre clásico se sentía redimido cuando Dios se encarnaba, en Navidad… y el mismísimo Dios ofrecía su vida por él

Lo que viene a resaltar las dos condiciones de las sociedades antiguas que constituyen la clave de la Navidad: se sabían pecadores y se sentían redimidos… porque se sabían necesitados de redención.

Era la última pieza del rompecabezas de la existencia. Porque, como dijo el gran Lope: “Ofensas hechas a Dios sólo Dios las satisface” (a la despedida de Cristo, Nuestro Bien, de su Madre Santísima).

¿Y los villancicos, otro componente imprescindible de la Navidad? Pues las “canciones de villanos”, de la ciudadanía, que hoy dirían nuestros políticos mientras nos roban la cartera, son mucho más tardías, 15 años después. Es lógico, el mundo de la música nació como el hombre pero el único bella arte donde la modernidad ha superado al pasado es en la música, quizás porque los antiguos y medievales eran mucho más profundos que nosotros, y el fondo, el concepto -madre de la filosofía y de la poesía- les importaba más que el ritmo (la forma) que marca la música. Se necesita muy poco ‘relato’ para hacer una sinfonía o una ópera, mucho más que para pergeñar un soneto.

Pero a lo que estamos, Crescencia, que se nos va la tarde: he visto a muchos católicos preguntándose por qué ahora no se dan conversiones paulinas, y hace tan sólo 100 años sí. Conversiones paulinas con caía del caballo incluida y atención posterior en el servicio de Urgencias.

La clave de la Natividad está en Lope de Vega: "Ofensas hechas a Dios sólo Dios las satisface"

En primer lugar sí que se dan, aunque sin caída equina, quizás porque el caballo, mula y burro ya no son habituales en nuestro paisaje.

En  cualquier caso, ¿por qué las sociedades antiguas se convertían más? Pues por dos razones: porque operaban sobre un sentido del pecado -el que perdimos en la edad moderna y que nos incapacita para la gratitud- que ya poseía el catecúmeno. Traducido: el hombre antiguo, y el medieval, y el de comienzos de la modernidad, no era tan cretinos como el actual. Eran conscientes de sus deficiencias y eran conscientes de que, en pocas palabras, era un pecadorazo de tomo y lomo. El hombre actual no: le hablas de redención y te dice que peor eres tú. Que él nunca ha hecho mal a nadie y que “no se arrepiente de nada”. Y encima se lo cree. Cómo para aceptar que necesita redención y que ha sido redimido. Menuda prepotencia ha creado la modernidad.

La clave de la Navidad está en Lope de Vega: “ofensas hechas a Dios sólo Dios las satisface”. Eso lo explica todo.