Como ya hemos informado en Hispanidad, el gobernador, perdón, presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, se dispone a lanzar la traca final: tipos más baratos, con la sana intención de llevar a la banca a la quiebra y que todos paguemos su rescate (hay que aprovechar la experiencia acumulada a partir de 2007); compras de deuda pública, con el sano objetivo de promover la irresponsabilidad de la clase política europea (que ya hasta financia las pensiones de jubilación con deuda del Estado) y compra de deuda corporativa empresarial, con el muy loable colofón de que nadie invierta su dinero, sino el dinero de la deuda con intereses, que es la vía más segura para alcanzar la quiebra… aun con tipos negativos.

Naturalmente, todo ello aumenta la liquidez, con lo que conseguiríamos, eso sí que supondrá la traca final, la quiebra global en forma de crisis económica permanente, la devaluación de toda la economía mundial. Es la ley de la oferta y la demanda en estado puro: nos ahogaremos en liquidez porque si la producción mundial crece en progresión aritmética y la creación de dinero lo hace en progresión geométrica, resulta que estamos devaluando precios y salarios. Por de pronto, ya nadie sabe dónde puñetas invertir sus ahorros.    

Pero, miren por dónde, el papanatismo al uso ha convertido en héroes a la casta de monetaristas tipo Mario Draghi, esos extraterrestres que solucionan todos los problemas económicos produciendo billetes. Y créanme: los billetes no se comen.

​El dinero público, así como todo lo público, constituye la gran estafa de nuestro tiempo

Tenemos un problema: la producción mundial crece en progresión aritmética y la creación de dinero lo hace en progresión geométrica. Para entendernos, la economía europea no necesita a Draghi: necesita más hijos, menos impuestos y más emprendedores. Necesita solventar su mayor problema: el envejecimiento de la población y fomentar y subvencionar la natalidad.

También necesita menos impuestos, aunque esto suponga menos servicios públicos. El dinero público, así como todo lo público, constituye la gran estafa de nuestro tiempo. El dinero donde mejor está es en el bolsillo de quien lo ha ganado honradamente, no en manos del Estado, es decir, de los políticos.

Tenemos un problema: la producción mundial crece en progresión aritmética y la creación de dinero lo hace en progresión geométrica

En paralelo, necesitamos menos impuestos directos y más impuestos indirectos, porque a las personas hay que juzgarlas por lo que gastan, no por lo que ganan. Además, toda ganancia, en un sistema financiero moderno -moderno, que no bueno- se convierte automáticamente en inversión.

El problema llega cuando, vía impuestos, se convierte en inversión estatal, por ejemplo, en deuda pública, lo que resulta escasamente productivo y grandemente asfixiante.

Y todo esto significa que Europa necesita volver a valorar la (pequeña) propiedad privada. Sí, porque el enemigo de la propiedad privada no sólo es el Estado, sino también la gran propiedad. Escuchen a los distributistas: ¿Qué más me da que todas las tierras del Condado sean del Estado (socialismo) o sean del Duque de Sutherland (capitalismo)? El caso es que no son mías, el caso es que no están repartidas.

Volvamos a la pequeña propiedad privada (PPP).