La Inmaculada y los Reyes Magos constituyen las dos fiestas más españolas del calendario litúrgico, lo que demuestra lo grande que es España… Vale, lo grande que fue España, pero puede volver a serlo, depende de nosotros.

Cuando era joven -algo que ocurrió hace muchísimo tiempo-, me cabreaba profundamente Papá Noel, ese gordo hortera que parecía el reclamo comercial de unos grandes almacenes. Ahora bien, el gordo encarnado ha sabido aguantar el paso del tiempo, ha adquirido espíritu, es decir, personalidad, y lo que era moda se convirtió en tradición, y eso ya merece un respeto, una atención especial. Papá Noel se dotó de espíritu, de lo que llamamos espíritu navideño, en ocasiones sin saber qué queremos decir con ello. Con decirles que, para Pedro Sánchez, Navidad es la “fiesta de los afectos”.

Por tanto, aceptaré al gordo, aunque no sin reparos.

Hablando de espíritu navideño: contemplen la imagen del formidable cuadro adjunto creada por nada menos que Giovanni Guareschi durante su estancia en el campo de concentración nazi de Beniaminowo (Polonia), con la Gestapo registrando el saco de los regalos del hombre del Polo Norte. El genial creador de don Camilo y Pepón era italiano y allí los regalos los trae Santa Lucía o el Niño Jesús. Pero Guareschi era un genio, yo no. Un genio que sobrevivió a los campos de exterminio bajo el influjo de un lema poderoso: “No me muero aunque me maten”. Agradezco a Alberto Guareschi -el hijo y personaje- del gran Guareschi la cesión de esta pequeña joya del genial humorista italiano. Es lo mínimo que puedo hacer porque, con don Camilo y Pepón, su padre me enseñó dos cosas: a escribir y a rezar. Y encima, ahora le "robo" esa genialidad. 

El progre no puede entender la infancia espiritual. Así que no entiende la Navidad, ni la Epifanía… ni nada de nada

Pero Santa Klaus jamás podrá ni parecerse a los Reyes Magos. En primer lugar, porque Papá Noel no es real, los Magos de Oriente sí. Más que Magos (ya saben, la magia blanca no existe y la magia negra es maléfica) eran astrónomos, más que Reyes eran poderosos, y se supone que procedían de Oriente, de Persia, porque Oriente siempre ha acudido a Occidente en busca de la verdad. Pero existieron y de ello da fe el libro más documentado de cuantos libros han existido: el Evangelio.

Según lo veo yo, la historia del cristianismo, y con ello del cristiano puede resumirse así: de derrota en derrota hasta la victoria final. Pero Chesterton lo explica mejor que yo. Era un tipo que sabía vivir la Navidad: “La religión podría medrar como fracaso permanente, igual que al cervecero le traería cuenta anunciar el último barril de auténtica cerveza de Inglaterra”. El Cristianismo en general y la Navidad en particular, siempre parece moribundo y triste a quienes no lo comprenden, a los renegados de la sencillez. Y la sencillez no es profunda: es lo único profundo que existe, es la forma intelectual de la sabiduría.

Todos los nuevos paraísos paganos tienen un defecto terrible: todos tienen dignidad. Pero la esencia de la auténtica felicidad está en la pérdida de la dignidad. La hilaridad implica humildad

Pero Chesterton dice mucho más: “Todas las utopías socialistas, todos los nuevos paraísos paganos tienen un defecto terrible: todos tienen dignidad. Pero la esencia de la auténtica felicidad está en la pérdida de la dignidad. La hilaridad implica humildad”.

Una simple mirada a nuestra clase política, especialmente a la progresista -que copa el 99% de la política- nos la presenta cargada de seriedad, de dignidad y con un pelín de altanería. Ejemplo, cuando Pedro Sánchez define a la Navidad como “la fiesta de los afectos”, que resulta digno, además de cursilísimo.

Guareschi aprendió en los campos de concentración nazis, lo que suponía la Navidad: infancia espiritual, la del Dios-niño. Es decir, el abandono en manos de Dios y, como consecuencia natural, la infinita gratitud por el don de la vida y la felicidad del niño, esos locos bajitos empeñados en que, con cada mañana, comienza el mundo y, por lo tanto, se trata nada menos que de un nuevo mundo. La Festividad de los Magos de Oriente, así como las Navidades en su conjunto, constituyen el anti-progresismo. Para el progre, el presente es mejor que el pasado, hasta con el coronavirus, y el presente es peor que el futuro: no podemos perder el futuro, repiten, como si el devenir no fuera algo que se vive a razón de sesenta segundo por minuto, seas quien seas y hagas lo que hagas.

La Navidad es un continuo fracaso, el progresismo es un completo éxito. Por eso, lo primero permanece por siglos, lo segundo morirá pasado mañana

Por el contrario, los Reyes vienen hoy, 6 de enero, porque existen siempre, y el siempre no es más que la proyección del presente. Del pasado se aprende, pero ya pasó y el futuro es un niño en las rodillas de los dioses. Y ya sabes: si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes.

La eternidad no es más que un eterno presente y su plasmación se llama Navidad… o Fiesta de la Epifanía.

Resumiendo, Navidad es vida. Chesterton, cómo no, insiste en el potencial del cumpleaños de Cristo: “Las costumbres navideñas destruyen los hábitos del ser humano. El objeto de la fiesta religiosa es el de comprobar si un hombre feliz sigue vivo. La compostura, la resignación y la más exquisita cortesía son, por así decirlo, los puntos fuertes de los cadáveres”. En especial, de los cadáveres progresistas. Enhorabuena, Pedro y Pablo.

Y claro, resulta que, para el progre, la Navidad es un continuo fracaso, el progresismo es un completo éxito. Por eso, lo primero permanece por siglos y lo segundo morirá pasado mañana.

Lo progresista huele a muerto: menos mal que España cuenta con SSMM Melchor, Gaspar y Baltasar. Estamos a salvo.

*La foto principal es cortesía de: © Eredi di Giovanninoguareschi © Herederos de Giovanninoguareschi