Se retira con todos los honores el director del Washington Post, Martin Baron, y nos ha regalado una lección de experiencia profesional.

Pues lo siento, pero no me gusta un pelo. Vamos con el núcleo de su prédica profesional: “No podemos permitirnos periodistas activistas”. Pues miren: yo creo que es justo lo que necesitamos.

El director saliente del Washington Post apuesta por correr con mangueras a las inundaciones y con barcazas a los incendios

El poder quiere periodistas que presuman de rigor y renuncien a pensar por sí mismos. Es decir, que renuncien a la verdad.

Si lo hacen, les calificará como periodistas objetivos, de esos que no expresan una opinión para no comprometer su neutralidad. Por mi parte, prefiero al activista, es decir, a aquel que tiene unos principios y pretende ser coherente con ellos.

Como dijera Chesterton, lo contrario de Baron, “al entrar en la redacción o en el Parlamento, hay que dejar el sombrero en la puerta, pero no la cabeza”.

Al periodismo le ocurre lo mismo que a la sociedad: renunció a la verdad y ahora no sabe encontrarla. Empezó dudando de la verdad y ahora duda hasta de sí mismo. El poder está encantado

Además, el director saliente del Washington Post apuesta por correr con mangueras a las inundaciones y con barcazas a los incendios. Justo cuando la marca del periodismo actual es la saturación informativa, el trasmitir premisas que no conclusiones, nuestro director clama por el periodista-secretaria que repite los comunicados del poder político, económico y cultural con exquisito rigor y objetividad. Es decir, sin explicarle al lector o receptor el trasfondo. Insisto, el poder encantado con gente como Martin.  

Al periodismo le ocurre lo mismo que a la sociedad: hace tiempo renunció a la verdad y ahora no sabe por dónde empezar a buscarla. Por eso se inventa lo del rigor. Empezó dudando de la verdad y ahora duda hasta de sí mismo… y el poder está encantado.