El estado actual de la nación española, ahora que acabamos de vivir la festividad de la Sagrada Familia (domingo 30), puede resumirse así: parejas que conviven sin compromiso alguno; en consecuencia, pareja sin hijos. Eso es lo que le define a 2018. Sí, ya sé que viene de atrás, pero podríamos fechar el año vencido como el ejercicio de la consolidación de tan sabrosa tendencia.

También entre matrimonios católicos son pocos los que se atreven a ser padres. Uno basta, la parejita ya resulta claramente irresponsable. 

Consecuencia: España se consume, no muere por inmigración, muere por consunción. No la matan, se suicida. Y, como España, se suicida el conjunto de Europa, continente en decadencia. 

En la festividad de la Sagrada Familia… nos topamos con una España envejecida y moribunda

Matteo Salvini, tan denostado, lo vio muy claro: Europa no necesita inmigrantes, necesita hijos. Porque el inmigrante sólo compromete al presupuesto público, los hijos comprometen a los padres y para siempre.

Ahora que Luis Eduardo Aute anda en horas bajas, es hora de recordarle y ponerle en valor: lo que define a este año 2018 son los hijos que no tuvimos y los matrimonios que no contrajimos. Porque la existencia está mutilada cuando falta compromiso. Y el matrimonio y la paternidad son la clave del matrimonio. 

A España se está suicidando porque somos muy egoístas y no queremos tener hijos

Al parecer, la nueva generación española no siente urgencia alguna por procrear. Ni siquiera sienten la llamada a procrear, educar… a formar una familia. No lo sienten ellos y no lo sienten ellas, con una mujer preocupada antes que de otra cosa, de su carrera profesional. Es decir, varones y mujeres suicidas en una sociedad suicida. Una gran añada, esta de 2018. 

La incorporación de la mujer al mundo laboral, cantada como todo un éxito, tiene un precio: una natalidad bajo mínimos, no hay hijos. Es la igualdad de los desiguales, porque no se le puede pedir a una mujer, al mismo tiempo, que procree, eduque a sus hijos… y compita en el mercado laboral. O lo uno o lo otro, y con lo primero ya tenía bastante. Educar a las mujeres y los varones del mañana es lo más importante que podemos hacer. Y la mujer lo hace mejor que nadie.

Y no hay conciliación que arregle ese problema.

El inmigrante sólo compromete al presupuesto público; los hijos comprometen a los padres y para siempre

¿Podemos detener la incorporación temprana de la mujer al mundo laboral? Probablemente no, pero resulta estúpido negar las consecuencias. Especialmente ahora, cuando ya resultan tan obvias.

Ahora ya pueden rasgarse las vestiduras por las anteriores palabras. Sólo que son ciertas.

Más que una sociedad envejecida, somos una sociedad moribunda: nuestro tema favorito de conversación son enfermedades y dolencias. Y lo más curioso es que no sólo entre los jóvenes. Todo muy romántico.

No es mal recordatorio el día que se celebra la Maternidad Divina de María también la Jornada Mundial de la Paz que no es ajena al invierno demográfico que nos ocupa porque, recuerden, no hay paz sin justicia; y no es posible la paz exterior sin paz interior ni, atención, la justicia social en una España envejecida donde ni un premio Nobel de Economía lograría sacar de la quiebra el sistema público de pensiones, entre otras cosas, porque para rejuvenecer la población no se necesitan nobles: se necesitan hijos.