Nos van soltando, día a día, el recuento de muertos por el coronavirus, así como el recorrido del animalito por los cinco continentes y los sistemas y síntomas de contagio.

Conozco a dos chinas histéricas, residentes en Madrid que acuden a un Centro de Salud cada día para que les proporcionen mascarillas.

Poco se sabe del virus y de las mascarillas que pueden evitar el contagio. Sin embargo, hasta las bolsas se han hundido por miedo al coronavirus (¡Vaya nombrecito!)

Es un sub-miedo, espero que temporal, del telúrico pavor al cambio climático. Es más, a Madrid ha llegado el Circo de los Horrores. El horror consiste en una sociedad post-calentamiento global, donde unos señores muy sucios y unas señoras muy prepotentes, ellos y ellas con cara de mala leche, deambulan por el escenario con cara de haber respirado más monóxido de carbono de lo que aconsejaba doña Manuela Carmena.

Y esto es bello e instructivo -más instructivo que bello- porque demuestra que si algo caracteriza a esta sociedad es el miedo. Miedo a la crisis, miedo al cambio climático, miedo a no perseverar y el más terrible de todos los temores: miedo al miedo, que llega cuando la razón empieza a sufrir los efectos tóxicos de la desesperanza.

¿Y no sería mejor un poco de cachondeo? ¡Si la vida es muy bonita!