• Gérard Mestrallet presidirá la primera reunión que se celebrará la próxima semana en París.
  • Tras la alianza entre políticos y banqueros, sellada en Basilea, llega la conjura entre empresarios y políticos.
  • Es el Nuevo Orden Mundial (NOM) empresarial.
  • Y como ocurre con el sistema financiero, el G-20 empresarial dictará normas que beneficien a las grandes corporaciones, nunca a las pymes.
El anuncio pasó desapercibido para la mayoría de los asistentes, pero las consecuencias del mismo serán muy importantes en el futuro. Durante su intervención en el desayuno informativo celebrado el pasado miércoles en Madrid, Gérard Mestrallet, presidente de Engie (antigua GDF Suez), anunció la creación de un grupo formado por 50 directivos de grandes empresas "como Apple", grupos chinos y multinacionales europeas. El nuevo 'Business 50' lo presidirá él mismo y se reunirá, por primera vez, la semana próxima en París. No lo duden, es el Nuevo Orden Mundial (NOM) empresarial. Tras la conjura de Basilea -el pacto nauseabundo entre políticos y banqueros- llega la alianza entre políticos y empresarios o, si lo prefieren, entre gobiernos y empresarios. Nada que ver con el conocido B-20 (Business 20), formado por más de 100 empresas y organizaciones empresariales de todo el mundo, que se reúne de manera paralela al G-20 y genera recomendaciones para los líderes mundiales. No, el B-50 va más allá. Es más ejecutivo. En definitiva, es la escenificación de la conjura entre políticos y empresarios. ¿En qué consiste esa conjura? En algo muy parecido a la sellada en Basilea entre políticos y banqueros. Brevemente: los banqueros compran deuda pública con la que los gobiernos nos endeudan a todos los ciudadanos –luego suben los impuestos- y, a cambio, los políticos no permiten que quiebre ningún banco. Si alguno tiene dificultades, lo salvan con el dinero público, es decir, de los ciudadanos. En el caso del B-50, la conjura es clara: se tomarán medidas que beneficien a las grandes corporaciones mundiales, en detrimento de las pequeñas y medianas empresas. Un ejemplo: exigir la misma tributación a unas y a otras. Las multinacionales siempre pagan menos impuestos, ya sea porque desgravan más o porque tiene más medios para encontrar triquiñuelas contables. En cualquier caso, no es justo exigir el mismo impuesto de sociedades a una panadería de barrio que a una multinacional tecnológica, con ventas en los cinco continentes. ¿Qué ocurre? Que los políticos pueden controlar y se pueden conjurar con pocas pero grandes multinacionales, de las que sí pueden obtener, por ejemplo, financiación para sus campañas. Pero controlar a miles y miles de pymes es imposible. Lo pequeño no gusta a los poderosos. Lo hemos visto con los bancos y ahora le llega la hora a las empresas. Esto sí que son puertas giratorias, no lo que dice Pablo Iglesias. El primer objetivo del B-50 está claro y lo señaló el propio Mestrallet en Madrid: "Queremos un marco claro para trabajar. Y esto es lo que vamos a tratar en París". Pablo Ferrer pablo@hispanidad.com