Aconsejo dos reportajes, y en la misma edición del diario La Razón: el uno se titula “Así viven los jóvenes el sexo hoy”. Habla sobre una pornografía que va a más, y hasta un actor porno nos comunica que las pelis X de antes eran cosa de críos comparado con lo que se perpetra ahora, que avergonzaría a la madame de un burdel de hace 25 años. Ahora ya no existen las salas X, pero existe Internet.

El otro nos informa de que la sífilis, la gonorrea (que no es un nombre vasco) y la clamidia se han disparado en toda Europa.

Dos buenos trabajos periodísticos, pero hay algo que no me gusta, ni en el uno ni en el otro incurren en una de las características del mundo actual: no hacen juicios morales porque el juicio moral no hace moderno, no hace intelectual. Pero claro, el hombre no puede vivir sin moralidad y es entonces cuando cambiamos la moral por la salud, si lo prefieren, la salud del alma por la salud del cuerpo.

Esto no deja de ser lo mismo que aquellos padres, de tiranos a ignorantes, aconsejaban a sus hijos que no se masturbaran porque se torcía la espalda. Al parecer no se atrevían a decirles que no se masturbaran porque es un pecado, dado que el sexo es donación al otro y apertura a la vida, y que hacerse pajas no coadyuva ni a lo uno ni a lo otro (entre otras cosas, porque no hay otra).

La pornografía y la prostitución no son malas porque disparen las enfermedades venéreas: son malas en sí mismas

En plata: que nos informa La Razón de que las enfermedades venéreas se han disparado en toda Europa. La sífilis, el mal francés, se ha disparado un 70% durante la última década, mientras la gonorrea muestra la gráfica más disparada de todas. Al alza, ‘of course’.

Pues miren ustedes, la pornografía debe evitarse y el sexo trivializado debe evitarse, no porque provoquen enfermedades venéreas, sino porque provocan personas incapaces de amar, alienados y pendientes de sí mismos.

En el caso de la pornografía, además, está mal visto atreverse a ponerla en solfa. Suena a fascismo. Sin embargo, es un veneno social, una verdadera bacteria letal para la personalidad. Y, además, un pecado.

¡Ahhhhhhhh, lo ha dicho!