Los hechos son estos y resultan bastante representativos de la historia menos gloriosa de la gran empresa española.

Ángel Barutell, portavoz y hombre de confianza de Isidoro Álvarez, durante dos décadas, sufre una enfermedad grave y El Corte Inglés (ECI) prescinde de él. El encargado de ‘ejecutarle’ es Carlos Martínez Echavarría, exdirector financiero, consejero de ECI y patrono de la Fundación Ramón Areces. Incluye en el contrato una cláusula innecesaria por la que se exige a Ángel Barutell que renuncie a cualquier reclamación legal, para siempre jamás, no sólo con el Corte Inglés, sino con una clara lista de instituciones y personas relacionadas con la misma.

No estamos ante la típica cláusula de exclusividad o de salvaguarda ante denuncias futuras sino de una auténtica humillación sin sentido a un compañero al que se priva de su derecho a la tutela judicial efectiva.

Dicho de otro modo, retirar la cláusula no supondría, nunca lo supuso, ningún daño a El Corte Inglés.

El caso es que, por su delicado estado de salud, Barutell envió en su momento a un abogado que firmó lo que Echavarría le puso por delante.

Barutell no se enteró, pero cuando su salud mejora y puede echarse a la cara el papel, se dirige a Echevarría para pedirle que retire aquella ignominia. Pero Echavarría, albacea de Isidoro Álvarez, se niega. Insisto: por pura soberbia, pues la cláusula no tiene consecuencias ni profesionales ni monetarias. Simplemente es un atentado contra el honor de Barutell.

Hoy día, Echavarría sigue en sus trece y la cosa llega a juicio. Displicente, el consejero de ECI envía a un abogado al juzgado, pero el juez se ha cansado de tanta prosapia y exige que acuda el Consejero de ECI en persona para tomarle declaración… aunque se trate de una persona muy ocupada.

La soberbia es mala consejera.