• Tenemos de todo: herejía modernista y cisma postmodernista.
  • Entre dos bandos: los que creen en la transustanciación y los que no creen.
  • Y así, tenemos al Maligno instalado en el seno de la Iglesia.
  • ¿El instrumento más reciente? El malhadado Sínodo de la Familia, que ha abierto las puertas a la profanación eucarística.
  • Ahora, el peligro próximo consiste en que el vertiginoso aumento de las profanaciones lleve a la supresión de la Eucaristía.
  • Ya saben: por razones de seguridad.
  • Un detalle: ¿por qué no volvemos a comulgar en la boca y de rodillas?
  • En cualquier caso, no temamos al temor.
  • En cualquier caso, no es Francisco: los culpables somos todos nosotros.
Al final, lo que ocurra en el mundo depende de lo que ocurra en la Iglesia y la Iglesia depende de la Eucaristía. Lo más importante no es lo que digan la Casa Blanca o el Kremlin: lo más importante es la misa diaria (seven eleven), 24 horas al día, 365 día al año y por todos los husos horarios. Verbigracia, el Jueves Santo no es el día de la caridad con el prójimo sino el día de la caridad con Dios… y el amor de Dios al hombre se concreta y se mide por la Eucaristía. El resto, incluida la creación misma, es secundario. Por las mismas, ningún mal es alarmante en la humanidad salvo la profanación eucarística, cada vez más frecuente. Lógico: Satán tiene dos odios principales: la Eucaristía y la Santísima Virgen. Para entendernos, vivimos entre la herejía modernista y el cisma postmodernista. Entre dos bandos: los que creen en la transustanciación y los que no creen. Porque si alguien cree que en la forma consagrada está el mismo Dios, con su cuerpo, sangre, alama y divinidad ¿se comportaría como vemos que tanta gente se comporta en la Iglesia? ¿A que no? Y así es como el Maligno ha entrado en la Barca de Pedro. Pablo VI ya lo advirtió hace medio siglo, cuando se refería al humo del infierno, que se había colado en la Iglesia, así que sólo nos queda actualizar los hechos. ¿El instrumento más reciente de entrada demoniaca? El malhadado Sínodo de la Familia que ha abierto las puertas a la profanación eucarística. Ojo, no he dicho que haya modificado la doctrina del Magisterio, que no lo ha hecho, o que el mensaje de Francisco se distinga del de Juan Pablo II y Benedicto XVI en lo sustancial. Porque no ha sido así. Pero sí ha creado confusión. De hecho, ahora, el peligro próximo consiste en que el vertiginoso aumento de las profanaciones lleve a la supresión de la Eucaristía. Ya saben: por razones de seguridad, en una alianza de intenciones entre el poder civil y el clerical, que llevaría, inequívoca, la marca del Anticristo. En el entretanto, un detalle, ¿por qué no volvemos a comulgar en la boca y de rodillas? Un detalle pequeño, ciertamente, pero es que el Reinado Eucarístico, es decir, la civilización del amor está hecho de cosas pequeñas. Y, además, el hombre es un ser diminuto que precisa de detalles diminutos para ponerse al nivel suficiente y en las condiciones necesarias para comprender lo grande. Ahora, trasladémonos desde el Reino eterno al tiempo mudable. Del Cielo al mundo. Dos cositas: 1.España se ha convertido en tierra de sacrilegio, de profanación eucarística casi permanente. No se llevan registro de las mismas y la jerarquía calla. O sea, dos errores. 2.La Iglesia vive un cisma acompañado de herejía, un cisma entre quienes creen, no en Cristo, sino en la transustanciación eucarística, y los que no lo creen. Entre quienes piensan que lo que hay en el Sagrario es Dios, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad y los que dudan de ello. Así que dos aclaraciones importantes. La primera: no temamos al temor. Recuerden a Juan Pablo II en 1978, saliendo al balcón de la Plaza de San Pedro para ser presentado al mundo como nuevo Papa: No tengáis miedo. Wojtyla el grande cerraba así las puertas a esa herejías de las herejías que ha sido, y es, la modernidad y que consiste en esto: el hombre se pone en el lugar de Dios. Ahora, en tiempos de postmodernidad, hemos dado un paso más hacia la nada: no basta con no tener miedo, sino con no temer al temor. En la modernidad el hombre se endiosó, en la postmodernidad Satán pretende instaurar la blasfemia contra le Espíritu Santo: llamar bien al mal y al mal, bien. Es el acabose del orgullo espiritual, el peor de todos los pecados, el que no se perdonará ni en este mundo ni en lo otro, porque la inversión del bien en mal, de la verdad en mentira y de la belleza en fealdad, anula a la criatura libre que es el hombre y le obliga a comportarse como las bestias. Es la barbarie, tecnológicamente avanzada y moralmente atrasada, en la que nos movemos en 2017. Y ese orgullo espiritual es el mismo que cuando, por ejemplo, juzgamos al Papa Francisco o al cisma que está viviendo la Iglesia, nos impele a buscar culpables en lugar de encontrar soluciones. Y así, culpamos al Papa Francisco del cisma y la confusión, cunado lo cierto es que los culpables de la herejía modernista y del cisma postmoderno somos todos y cada uno de nosotros. Pero tranquilos: al final, la modernidad se disolverá, la postmodernidad será disuelta y Cristo regresará triunfante y restablecerá, no el equilibro (que es una chorrada panteísta), sino la verdad, el bien y la belleza. Eso trío al que, convenientemente mezclado, los hombres llamamos amor: la civilización del amor. Al final, los cristianos siempre ganamos, pero debemos estar preparados para afrontar la coste de la victoria. En ello estamos. Eulogio López eulogio@hispanidad.com