“No tengáis miedo”. Fueron las primeras palabras de Karol Wojtyla como Papa, en 1978, y el título del primer libro que André Frossard publicó en entrevista con el futuro San Juan Pablo II. Algunos perdimos el miedo a la vida gracias a él.

Libro-entrevista, donde Juan Pablo II, de tanta fortaleza en el fondo como serenidad en las formas, le dice al francés peleón que era Frossard -ateo, francés, excomunista y judío, figúrense si sería peleón-, que insistía en lo mal que iban las cosas (no, no era español, era francés): “Deje usted que el mal se destruya a sí mismo”.

No se lo tomen en sentido literal, porque el hombre que derribó el Muro de Berlín y el leninismo, la mayor tiranía de la historia, el leninismo soviético, no se conformó con dejar que el mal se destruyera a sí mismo: rezó con confianza en Dios y habló, vaya que sí habló. Por de pronto, apoyó descaradamente al sindicato Solidaridad y supo golpear al régimen donde más le dolía, algo que había aprendido como cura y obispo de Cracovia, donde se las tuvo tiesas con las cloacas comunistas polacas. Y una vez cayó Varsovia, cayeron, en efecto dominó, los regímenes marxistas de toda la Europa del este, Moscú incluido.

El comunismo también parecía invencible… apenas semanas antes de su caída

Pues bien, es Juan Pablo II quien pedía a Frossard que no fuera pesimista, porque el mal se destruye a sí mismo. ¿Que las cosas van fatal? Pues enseguida irán bien. Y no porque el bien destruya el mal sino porque el bien existe mientras el mal tan sólo es la ausencia de bien. El bien hay que construirlo, el mal sólo hay que evitarlo y dejar que se autodestruya, en guerra civil permanente consigo mismo.

Ya saben cómo refutó el maestro filosófico de Wojtyla, un tal Tomás de Aquino, el maniqueísmo: el mal no es lo contrario del bien, sólo es la ausencia de bien.

Así que menos obsesionarse con “lo mal que marcha todo”. El comunismo también parecía invencible… apenas semanas antes de su caída.