Cuando el arriba firmante era un prometedor –promesa frustrada– periodista bancario acudía al Fondo de Garantía de Depósitos (FGD) y al Banco de España para enterarse de lo que ocurría en el llamado tercer sector financiero: había bancos SA, que cotizaban en bolsa, cajas de ahorros, entidades mutuales que los reguladores se han cargado, y cooperativas de crédito, encabezadas por las cajas rurales, que no han desaparecido y siguen representando un 7% del sector bancario. Pues bien, no el inventor, pero sí el hombre clave del crédito cooperativo español, Juan del Águila Molina, fallecía en Almería el pasado viernes 30 de noviembre, a los 88 años de edad.

Hacedor de la transformación de una agricultura de hambre y subsistencia en la provincia más rica de Andalucía: cooperativas e invernaderos

Cuando quería saber sobre crédito cooperativo, mis mejores fuentes del Banco de España me remitían a un desconocido banquero almeriense… llamado Juan del Águila. Era quien marcaba la pauta en el crédito cooperativo español.

El primer invernadero de Almería nace en 1963. Para entonces, ya estaba trabajando Juan del Águila Molina en el cooperativismo agrario desde la Acción Católica de la que provenía y con su baja de DSI (Doctrina Social de la Iglesia), con un solo lema, llamado laico de profunda raigambre cristiana, que se resumía en estas palabas: no hay que ser importante, lo que hay que ser es útil.

Su ideario puede resumirse en el catolicismo social y en la ‘uña de gato’: lo importante no es vender, es producir

Luego crearía la Caja Rural de Almería, embrión del Grupo Cajamar, el mayor grupo de crédito cooperativo de España.

En resumen, Juan del Águila fue el hacedor de la transformación de una agricultura de hambre y subsistencia en la provincia más rica de Andalucía: la Almería de cooperativas e invernaderos.

Murieron las cajas de ahorros, pero sobreviven las cajas rurales

Su ideario puede resumirse en el catolicismo social y en la ‘uña de gato’. Se lo digo de otra manera: lo importante no es vender, es producir. No era un emprendedor deseoso de triunfar el lunes para traspasar su empresa el martes. Antes, al contrario, era partidario de los procesos largos, que parten de la regeneración de la tierra (su ‘uña de gato’, como le gustaba repetir) hasta conseguir una agricultura productiva pero hecha para permanecer en el campo, no para ser vendida a la primera multinacional que apareciera por allí.

Y no para ser importante, sino para ser útil. Sin este tipo de hombres no se entiende ni Andalucía ni España.

Murieron las cajas de ahorros, pero sobreviven las cajas rurales.