El aragonés San José de Calasanz y Gastón, fundador de las escuelas pías (escolapios), moría en Roma un 25 de agosto de 1557. Vivió 90 años, la mayor parte de los cuales los dedicó a la enseñanza de niños sin recursos que hasta entonces no habían sido educados en modo alguno. Fue un gran innovador, porque suya es la invención de “la clase”. Sí, la educación hasta aquel momento era llevada a cabo por preceptores, de uno en uno, máximo un grupo de hermanos y, naturalmente, sólo para las clases adineradas que podrían pagar tales preceptores.

Junto a Juan Bautista de la Salle (fundador de las Escuelas Cristianas, que no Escuelas Pías) se le considera el patrono universal de la educación. En España esa advocación del cura oscense tiene un añadido: en su honor, y en el del otro gran maestro de educadores, el franchute antes mencionado, Juan Bautista de la Salle, se celebra el día del Maestro, cada 25 de noviembre, en honor de los educadores.

Quien ha educado a los niños pobres ha sido la Iglesia, no la escuela pública

En San José de Calasanz se condensan tres de las característica habituales e históricas de la enseñanza:

Primero: las escuelas pías se fundaron para los pobres. Quien ha educado a los niños sin posibilidades ha sido la Iglesia, no la escuela pública, justo lo contrario de lo que hoy piensan multitud de tarados. La escuela católica fue el origen de la educación universal y de la educación de los pobres. Y en el caso que nos ocupa, San José de Calasanz, se cumplen las tres características históricas de las órdenes dedicadas a la enseñanza católica.

Segundo: el fundador fue objeto de persecución, no sólo por los de fuera, sino también por los de su propio orden. Incluso lograron que la autoridad eclesial le desposeyera de todos sus poderes.

Tercerto: en la actualidad los escolapios, como tantos otros, por falta de vocaciones, como siempre, no son ni la sombra de lo que fueron.

El enemigo más letal nunca es el infiel, sino el hereje: el enemigo está dentro

Y todo esto es bello e instructivo, porque demuestra que los peligros para la educación católica vienen de fuera y de dentro, pero los más peligrosos siempre son los de dentro. Como ahora mismo. Lo cual no quita para que uno de los objetivos de Pedro Sánchez y de su ministra de Educación y portavoz del Gobierno, doña Isabel Celaá (producto, por cierto, de la educación católica y profesora en un colegio religioso), consista en cargarse la educación católica en España. Pero insisto: el enemigo más letal nunca es el infiel, sino el hereje. Ese enemigo, venenoso y puñetero, como en las viejas consejas, siempre está dentro.

Para entendernos, la educación católica se está viendo arrinconada por la tenebrosa ausencia de vocaciones en las órdenes de enseñanza y por la secularización de lo sacro. Quod erat demonstramdum.

Pero, al menos, convendría que los muchísimos colegios católicos que permanecen activos sigan siendo católicos… sin complejos.