• Estremecedor testimonio del arzobispo de Erbil, en el Kurdistán iraquí, que atiende a miles de refugiados que huyen del Estado Islámico.
  • Monseñor Warda advierte a los fieles que corren un "verdadero riesgo para la supervivencia como pueblo".
  • Pide que se intensifique una campaña que sensibilice a la comunidad internacional sobre frágil situación de las comunidades cristianas en Irak.
"Somos odiados porque persistimos en querer vivir como cristianos. En otras palabras, somos odiados porque insistimos en exigir un derecho humano fundamental". Así denuncia el arzobispo de Erbil, capital de la región autónoma kurda de Irak, monseñor Bashar Matti Warda, la terrible situación que está atravesando la Iglesia en ese país por la amenaza constante del Estado Islámico. Y esa amenaza, a su vez, pone a prueba la propia existencia de los cristianos en esa zona. El testimonio del arzobispo, llegado a través de la agencia Fides, es estremecedor. Ante la situación de odio, los sacerdotes no ocultan desde el púlpito "el verdadero riesgo para nuestra supervivencia como pueblo". Miles de familias han abandonado el país desde la proclamación del califato yihadista, en verano de 2014, y algunos han sido acogidos en distintos país, pero otros muchos esperan ayuda de todo tipo (militar y humanitaria). Residen en Jordania, Líbano o Turquía, y su futuro depende una llamada por teléfono que no llega. "No puedo dejar de repetir hasta el cansancio que nuestro bienestar, como una comunidad histórica, ya no está en nuestras manos", dice Bashar Matti Warda. El arzobispo explica también la situación en la que viven los cristianos en la ciudad kurda de Erbil. "A través del apoyo de la gente buena, les proporcionamos las necesidades básicas de subsistencia, hemos hecho refugios en los jardines de las iglesias y en los salones, en las aulas de catequesis, en las escuelas públicas, en carpas, hasta en edificios incompletos, y en casas alquiladas, donde hemos tenido que acomodar algunas veces hasta 20 o 30 personas por cada casa". El prelado explica también la apertura de centros médicos para atender a gratuitamente a los refugiados. También de asistencia psicológica "para responder a las necesidades de muchos que han sido marcados profundamente por la crisis". Finalmente, monseñor Warda agradece la ayuda que llega a su país, apela a la responsabilidad de todos los cristianos para rezar por ellos y ayudarles, y pide que se intensifique una campaña que sensibilice a la comunidad internacional sobre la condición de fragilidad en la viven las comunidades cristianas en Irak. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com