El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, dio un giro a su discurso de la sesión de Investidura: acusó a Sánchez de crea una España sectaria, en permanente enfrentamiento civil.

Todo bajo una imagen, con muchos ejemplos, de un país en el que discrepar del PSOE supone ser un fascista.

Luego, Pedro Sánchez respondió y no mal, dado que el presidente del Gobierno es mucho mejor en el ataque al contrario que en la defensa de lo propio.

Pero quedaron en el aire esas dos Españas, ese guerracivilismo, creación de Pedro Sánchez, que Rivera dejó en el aire.

Con dos ejemplos: lo del feminismo monopolizado por la vicepresidenta Carmen Calvo, y el homosexualismo, liderado, según la descripción de Rivera, por el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. De ambos, Rivera pidió la dimisión. No parece que vayan a dimitir.

Albert Rivera, además, recordó los eres andaluces así como los cursos de formación.

Pedro Sánchez insistió en que Rivera debe permitir que forme Gobierno pero, como ocurrió con Casado, como ocurre desde el 28-A, sin ofrecer nada a cambio.