Puigdemont ha conseguido enfrentar a Madrid con Berlín y, lo que es más importante, ha conseguido romper Europa.

El problema del independentismo catalán consiste en creerse superior al resto de los españoles y, por tanto, la tendencia a no querer convivir con ellos. Por eso, el separatismo está dispuestos a acoger a musulmanes pero no a madrileños.

Pues el problema alemán, patria del nazismo, es el mismo. No quiere convivir ni con los europeos del este provenientes del comunismo, ni con los del sur mediterráneo, porque los considera inferiores.

Algo tienen en común el Gobierno Merkel y Carles Puigdemont: ambos son racistas

Y todo esto empezó con los filisteos, antecedentes de los arios y alcanzó su cénit en los campos de exterminio del III Reich.

Ojo, ni el nacionalismo catalán ni el teutón se pueden adscribir a la derecha a o a la izquierda clásicas. La ministra de Justicia alemana, Katarina Barley es socialista, de un partido que proviene de doña Rosa Luxemburgo, la colega de Lenin.

Y, en cualquier caso, será este racismo de la minista Barley quien acabe con el proyecto de la Unión Europea, uno de los mejores proyectos llevados a cabo por un franco-alemán pero, sobre todo, católico convencido, llamado Robert Schuman.

La ministra de Justicia alemana es muy alemana, es decir, muy racista: por eso insulta a España

Porque lo malo de las declaraciones de la ministra Barley (fueran oficiales u oficiosas, si fueron esto último, mucho peor, suelen resultar más sinceras) no es que alabaran la sentencia de un tribunal alemán de tercera división frente al Tribunal Supremo español. No, lo peor es aquello de que Puigdemont pudiera vivir “libre en un país libre”. Lo que revela algo muy simple: para Berley, España no es un país libre, sino una herencia del autoritarismo franquista. Cuando lo cierto es que el actual socialismo alemán es una herencia del nacional-socialismo de Adolf Hitler, comparado con el cual, el Franquismo era un verdadero paraíso de libertades.

Y a partir de ahi, de poco valen las exusas por conductos interpuestos, como el portavoz de la canciller. Una vez que se ha enseñado la pata del racismo teutón, ni la mismísima Merkel puede arreglarlo... que tampoco lo ha intentado con mucho entusiasmo.

Insisto, racismo germano, con toques de neonazismo. Y ese racismo será el que rompa Europa. Racismo que, para que no les califiquemos de nazis, que es lo que más temen, que no se ensaña con el turco sino con el español. Lógico, el turco es otra etnia y otro credo, el español es su socio europeo. Los alemanes neo-racistas como Berley sólo se ensañan con los de su propia casa. Aunque es cierto que los alemanes, en las dos guerras mundiales, se aliaron con los árabes.

Así se rompe la casa común europea, así se rompen los Estados Unidos de Europa antes de nacer. Es el honor perdido de una ministra racista que considera que España no es un país libre. Alemania sí.