Se pueden hacer, y lo peor es que se han hecho, todas las lecturas posibles sobre los resultados de las últimas elecciones y, probablemente, la más certera de todas sea la de comparar los dos partidos de izquierda contra los tres de derechas. Con ello no nos perdernos en la pléyade de nacionalismos de izquierda, de derechas y de no se sabe qué, dado que se preocupan más de las identidades que de las ideas. Ahora bien, decir que España es un país de izquierdas puede resultar engañoso, dado que, como ayer recordábamos en Hispanidad, el voto de los partidos nacionales de izquierda apenas supera en un 0,4% a los votos de los tres partidos de derechas.

Bajo el manto de lo público se intentan robar los méritos individuales. Y la conclusión nefanda es que el esfuerzo no merece la pena

Pero esa es la cuestión, que España no es un país ni rojo ni fachas, es un país progre, relativista, que no cree en nada, carente de principios y plagado de intereses. PSOE, PP, Ciudadanos y Podemos son partidos progres. Sólo Vox, y se le considera ultra, se enfrenta a los progres. El progresismo se define como ese relativismo que grita "abajo los curas (porque no cree en ningún principio moral y porque la verdad no existe) y arriba las faldas (porque promueve un libertinaje sexual que luego, encima, no practica, es más icónico que otra cosa, pero que siempre acaba en aborto e ideología de género)".

Y luego, tanto en el PSOE como en el PP, con una inclinación igualitarista, que confunde justicia con igualdad y que considera que nadie debe destacar o, al menos que el esfuerzo no debe recibir su mérito porque eso atentaría contra la igualdad.

¿Para qué voy a trabajar por 900 euros al mes cuando, sin dar golpe, me aseguro una renta de 425 y otras prebendas?

Es decir, que España es un país progre y envidioso. No nos gusta la excelencia. De ahí la preponderancia de lo púbico y que ninguno de los cuatro partidos con mayoría en el Congreso saliente, se atreva a poner en solfa, por ejemplo, un Estado del Bienestar que nos conduce, derechitos, a la asfixia económica.

Bajo el manto de lo público se intentan robar los méritos individuales. Y la conclusión nefanda es que el esfuerzo no merece la pena. Verbigracia: ¿por qué voy a trabajar por 900 euros al mes cuando sin trabajar me aseguro una renta de 450 euros más otras subvenciones públicas?

¿O para qué enfrentarme a la gente diciendo que hay que tener más hijos y retrasar la edad de jubilación cuando puedo sobrevivir endeudando a mis nietos?

En España no hay rojos ni fachas: hay progres de izquierda y progres de derechas. Progresar, en España, significaría dejar de ser progres.

Por todo ello, a España le viene al pelo las palabras de Benedicto XVI, el gran intelectual contra el relativismo progre, que figuran en la imagen.