Ya lo dijo Diego de Jesús:

Es cosa para admirar,

que para el todo tener,

todo lo he de renunciar,

y para venir a ver,

primero me he de cegar.

El pobre Diego de Salablanca Galindo, editor de las poesías de San Juan de la Cruz, era un carmelita más conocido como filósofo y teólogo que como poeta. La verdad es que quien se dedica a recopilar y ordenar las obras del genio San Juan de la Cruz (aunque yo, como poeta, siempre he apostado por la ‘dura’ Teresa de Jesús) se queda como editor del maestro y pierde la consideración de poeta ‘per se’. Pero como poeta de segunda división se destacó con estos versos que parecen un compendió de toda su preparación como teólogo: para venir a ver primero me he de cegar.

En el tiempo que puedo -reconozco que como periodista no es mi prioridad- me gusta leer a los novelistas de hoy, también a los poetas. Los dramaturgos sólo existen en las teleseries, que sólo reflejan una sociedad peor que decadente: triste, donde nadie es bueno, y el drama literario consiste el elegir entre el mal y el mal menor, entre el perverso que busca poder y el egoísta que se conforma con la comodidad.

La genialidad se confunde con desesperación o, en el mejor de los casos, con rareza idiota. Al final, vuelvo a los clásicos

También sigo los suplementos culturales, para conocer las novedades y saber qué se puede leer o mirar… y me encuentro con otro espectáculo: la genialidad se confunde con desesperación o, en el mejor de los casos, con rareza idiota. Al final, vuelvo a los clásicos. Cuando han superado la criba del tiempo, puede que no hayan mostrado humildad pero no renuncian a la verdad. Y ya saben que la humildad no es otra cosa que la verdad.

¿Qué es lo que falta en el ambiente artístico del siglo XXI? Yo diría que eso, humildad. Y lo digo en plena profusión de los humíldicos. ¿Qué cuál es la principal distinción ente un humilde y un humíldico? Son dos: el humilde sabe que la humildad es un imposible, al tiempo que un objetivo necesario. No existe el hombre humilde, todo pecado es de orgullo. Pero hay algo muy concreto para descubrir al falso humilde: la susceptibilidad y el resentimiento. Observen si los que solicitan humildad -por ejemplo, Sánchez y Casado no repiten otra cosa- no incurren en las dos concreciones del orgullo: la susceptibilidad y resentimiento. Es termómetro seguro.

​Y luego está el esnobismo pedante, escuela de confusión entre sabios y horteras

En cualquier caso, vivimos en la era del arte triste. Y esto es grave porque, por mucho que repitan los papanatas, en la historia del hombre resulta mucho más relevante el arte que la ciencia. Lo que se nos presenta como arte de calidad, es arte triste, triste por desesperación. El artista del siglo XXI se ha convertido en un pestiño insufrible que cada día escandaliza menos y aburre más.

Vivimos la era del arte triste. Volvamos a la comedia, que es lo difícil. Al menos, no caigamos en la muestra de ensoberbecimiento definitivo del artista: la pedantería… “que para el todo tener, todo lo he de renunciar”.

No olviden que el esnobismo pedante representa la más acreditada escuela de confusión entre sabios y horteras.

Señorito, cuénteme un chiste. Seguro que será una obra de arte.