Isabel Díaz Ayuso (¡Qué huevos tienes Ayuso!, le jaleaba la gente en la Rambla barcelonesa) ha vuelto a situarse al frente del Partido Popular. Mientras su jefe de filas Pablo Casado, participaba en un almibarado debate en defensa del feminismo -eso sí, no radical, como si tal cosa, el feminismo no radical, existiese en 2021-, doña Isabel decidía prohibirle a la ministra de Igualdad, la podemita Irene Montero, acudir a comerle el coco a los menores en un instituto madrileño. Montero iba a hablarles, en la jornada feminista, de autodeterminación del género, esa ‘grossem chorradem’ predicada con entusiasmo por el Gobierno Sánchez. Ya saben, que uno decide si es varón o mujer, independientemente de lo que posea en la entrepierna.

Como si alguien nos hubiese pedido permiso para nacer, para ser ricos o pobres, para ser altos o bajos, guapos o feos, listos o tontos.

La proposición no de ley, que lleva la firma del diputado Francisco Contreras, persigue la eliminación del ideológico concepto de “genero” para sustituirlo por el científico, por biológico, término de sexo

Ayuso consideró, con acierto, que Montero pretendía adoctrinar a menores y eso no está dispuesta a que lo haga en un centro educativo madrileño. Vamos, que no está dispuesta a que la enloquecida feminista le lave el cerebro a un niño o a un adolescente de su comunidad autónoma.

En paralelo, y también en plena borrachera 8-M, Vox presentaba en el Congreso una Proposición No de Ley (PNL), la primera en Europa, para prohibir la hormonación forzosa y las cirugías de cambio de sexo en menores. Sí, porque lo que pretende el Gobierno Sánchez es que los padres, a conveniencia, puedan cortarle los estos a sus hijos o adiccionarles los mismos a sus hijas. Y, sobre todo, quiere que los niños se pregunten, contra la evidencia y contra su propia naturaleza creada, si son niños o niñas.

Nótese que el cambio de sexo no lo admitió el socialismo felipista, tampoco para mayores de edad

La proposición no de ley de Vox lleva la firma del diputado Francisco Contreras y, en esencia, persigue la eliminación del ideológico concepto de “genero” para sustituirlo por el científico, por biológico, término de sexo. Nacemos niños o niñas, queramos o no. De hecho, nadie nos ha preguntado si queremos nacer, aunque debiéramos estar agradecidos por ello. De hecho, el porcentaje de suicidios sobre la población total es escasísimo… y en menores prácticamente inexistente.

En cualquier caso, para situarnos en el lugar adecuado, nótese que el cambio de sexo no lo admitió el socialismo felipista, tampoco para mayores de edad. En su día, el ministro de Sanidad Julián García Vargas respondía a los mentecatos que el Insalud estaba para sanar, no para transformar. Y no permitía ni estaba dispuesto a financiar con dinero público el cambio de sexo… ni en menores ni en adultos. Ahora, su correligionario Pedro Sánchez quiere convertirlo en un derecho y le llama feminismo.