No sé si Gabriel Rufián le guiñó el ojo a la diputada popular Beatriz Escudero o si, como él dice, se le cerraron los dos párpados por su asombro manifiesto ante la actitud agresiva de la diputada pepera. Lo cierto es que el gesto de Rufián –el guiño, que no el tic– resulta bastante verosímil, dada la actitud chulesca y faltona habitual en el independentista catalán. Y si Beatriz Escudero le ha llamado imbécil no hace más que expresar en voz alta lo que tantos pensamos.

Y más: algún día alguien le propinará un guantazo a Rufián y entonces ya tendremos formado el lío. Lío que se redondeará cuando alguien le dé otro guantazo a Pablo Iglesias, un suceso de lo más indeseable en el ambiente guerracivilista en el que vivimos, pero que estoy seguro que, desgraciadamente, sucederá antes o después. Y es que hay que repetir que la violencia física constituye una de las formas de violencia, no la única.

Sánchez, Iglesias y Rufián: tres políticos chulescos y guerracivilistas

Lo cierto es que mientras Álvarez Cascos pasaba por las horcas caudinas de ese potro de tortura para el PP en que se ha convertido la Comisión Parlamentaria sobre financiación del Partido Popular, otro político chulesco, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (con más estilo que Rufián todo hay que decirlo), se negaba a acudir a Senado para aclarar, plagios, negros y apoyos den su doctorado. Todo sea por la democracia.

Mientras, Pablo iglesias, otro político chulesco y guerracivilista, como buen comunista, soluciona sus purgas internas con violencia externa: chantajea al Gobierno con los presupuestos –chantaje de pose: Iglesias está obligado a aprobar los Presupuestos de Moncloa– y líder de Podemos, el partido más corrupto de todos, utiliza la corrupción contra el Partido Popular. A fin de cuentas, la derecha española es cobarde, la izquierda española es rencorosa. De esa combinación es de la que surge el guerracivilismo. 

Pedro Sánchez reproduce uno de las mentiras de la Guerra Civil: quien no piense como yo es un ultra

La chulería de Sánchez, Iglesias y Rufián no tendría mayor consecuencia que la necesaria paciencia de quienes les rodean… si no fuera porque se enraiza en la pasión más venenosa para el alma y para la vida pública: el rencor. Y tanto Sánchez, como Iglesias, como Rufián, son tres resentidos… chulescos.

El rifirrafe entre Escudero y Rufián es lo de menos. Lo peligroso es que la izquierda española es cada vez más guerracivilista. Porque la jornada del martes terminó con un Sánchez, en compañía del presidente chileno, Sebastián Piñera, calificando a la derecha como ultraderecha. Ojo, que esa era una táctica muy habitual de la izquierda radicalizada de la II República y del frentepopulismo que nos llevó a la Guerra Civil: quien no piense como yo, es un ultra. Y ya se sabe que a los ultras hay que combatirlos con todas las armas, incluida la violencia. A ser posible violencia institucional, para que sea otro el que haga por nosotros el trabajo sucio.

El sanchismo es un frentismo que reclama moderación a los demás

Aunque no me digan: contemplar a Sánchez exigiendo moderación a la derecha, clamando contra la radicalización de la derecha en referencia al mitin de Vox en Madrid, que lo mismo ha montado para dividir al PP, resulta un espectáculo de lo más reconfortante. Ahora resulta que el peligro para la paz social en España viene de la ultraderecha, que apenas existe, y no de la ultraizquierda, comunista y separatista, que copa buena parte de las instituciones públicas y a la que le Gobierno Sánchez ha aportado la fuerza del Estado y convertido en su aliado.

Sánchez e Iglesias son dos políticos guerracivilistas que utilizan la grosería separatista de Rufián para crear una atmósfera guerracivilista. En ella estamos, nos movemos y existimos.

Y sí, resulta peligrosa porque la siguiente parada del proceso “toda-derecha-es-ultraderecha” será esta otra: “todo-católico-es-un-ultra”. Al tiempo.