La friolera de 26.800 millones de euros. Eso es lo que ha pagado hasta ahora la multinacional germana Volkswagen por el fraude en las emisiones de sus vehículos diésel durante casi una década, entre 2007 y 2015, cuando estalló el escándalo del dieselgate.

El fabricante ha aceptado el pago de un multa de 1.000 millones, impuesta por la Fiscalía de Braunschweig, con la que cierra el capítulo judicial en Alemania, no así en otros países europeos. En concreto, pagará cinco millones en efectivo y el resto (995) mediante la devolución de ayudas económicas.

La multa en Alemania es la mayor impuesta en Europa por una infracción de esas características, mientras VW sigue pendiente de otros procesos judiciales abiertos y el pago posible, según la propia compañía, de otros 4.000 millones.

La cotización se ha derrumbado de 247 euros por acción a 159 y la capitalización ha pasado de 76.600 millones a 61.500

Es, en fin,  un balance demoledor, que ha sacudió los cimientos de la empresa, por el trucaje de 11 millones de vehículos con el motor diésel, 8,5 de ellos vendidos en Europa, aunque donde más multas ha tenido que pagar es en EEUU.

En paralelo, la cotización del grupo en estos tres años se ha despeñado de 247 a 159 euros por acción. En términos de capitalización, sucede algo parecido: pasó de 76.600 a 61.500 millones en pleno escándalo y se ha reducido después hasta los 18.530.

El imperativo en el grupo, ahora, está en la transformación del grupo, no sólo para dejar atrás el dieselgate, sino para adaptarse a los nuevos retos de la industria del motor, con la propulsión alternativa (electrificación de la gama y vehículos híbridos) o la conducción autónoma. Esa fue la razón del último terremoto en la cúpula de VW y el relevo en el puesto del consejero delegado, con la sustitución de Matthias Müller, que tomó el mando en plena crisis de supervivencia del grupo, por Herbert Diess (en la imagen).