General Motors está parada desde el domingo. Los 46.000 empleados de las 31 fábricas de la compañía norteamericana han secundado la huelga convocada por el sindicato mayoritario, United Auto Workers (UAW). Sobre la mesa, la negociación del convenio colectivo, que no convence a los líderes sindicales a pesar del esfuerzo realizado por el equipo de dirige Mary Barra, CEO de la compañía.

Por cierto, Barra se reunió con Donald Trump a principios de septiembre, después de que el presidente norteamericano criticase la intención del fabricante de cerrar cinco plantas, despedir al 15% de la plantilla y, lo peor, trasladar parte de la producción a China, una medida que General Motors tenía tomada desde antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca.

Lo significativo es que Trump está del lado de los trabajadores, a poco más de un año de las elecciones presidenciales y en una de las empresas icónicas de Estados Unidos

Sea como fuere, y después de criticar los planes de la dirección, el presidente ha instado a las partes a que lleguen a un acuerdo. El punto más complicado, el salario, a pesar de que General Motors asegura que sus empleados “serían los mejor pagados del sector”.

La batalla, sin embargo, tiene otro trasfondo: la pérdida de reputación de UAW, que está siendo investigado por el FBI. A finales de agosto, agentes federales registraron, incluso, el domicilio del presidente, Gary Jones. ¿La sospecha? Que algunos dirigentes se habían apropiado de fondos destinados a la capacitación de los afiliados.

La huelga en General Motors puede durar horas o semanas. Lo significativo es que Trump está del lado de los trabajadores, a poco más de un año de las elecciones presidenciales y en una de las empresas icónicas de Estados Unidos.