Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe. Pero resucitó.

Tras el estallido del coronavirus escucho mucho, quizás demasiado, algo parecido a esto: nada volverá a ser lo mismo. No es por molestar, pero yo diría que el coronavirus es precisamente eso: todo volverá a ser hecho de nuevo. Caminamos hacia eso que en algunos sectores de la Iglesia -sospecho que no mal informados- llaman el Reinado Eucarístico. Hoy habría que volver a colocar en el frontispicio los versos de Lope de Vega:

Dicen que antiguamente

se fue la verdad al Cielo

tal la pusieron los hombres

que desde entonces no ha vuelto.

Pues bien, la verdad se ha empeñado en regresar. Ahora bien, limpiar un mundo enfangado en la mentira y en la muerte nos puede costar no uno, sino varios coronavirus, porque a los hombres, es sabido, nos tiene que “doler el amor”. El ser racional es el único que puede comportarse de forma irracional. Con la razón viene la libertad y con la libertad, realidad gloriosa, llega lo mejor y lo peor.

Vuelvo a repetir las proféticas palabras del Papa Francisco: “Esto no es la etapa final sino el final de una etapa”, esto no es el fin del mundo pero sí puede ser el fin de la historia, o si lo prefieren, la gran tribulación, preludio de una humanidad renacida.

Y es que, si el hombre no cambia hacia la verdad, la naturaleza se rebelará contra el hombre y lo hará “todo nuevo” para que todo vuelva a ser conforme a aquello para lo que fue creado. El hombre pecador tiene su hora… y Dios su eternidad, clamaba San Josemaría, y la única forma de entender a la Providencia es recordar que Dios hizo todo sin el hombre pero no volverá a salvar al mundo sin el hombre.

La historia no es más que la historia de la redención divina y la historia de la libertad humana.

Esto no es la etapa final pero sí es el final de una etapa. El coronavirus no es el fin del mundo pero sí puede ser –más bien colaborar- al fin de la historia

Y este, intuyo, sólo intuyo, es el momento del martirio cotidiano del cristiano. En España, el coronavirus está siendo aprovechado por el Gobierno Sánchez para destruir cualquier tipo de libertad, con un fondo de cristofobia que sólo un necio podría negar.

Lo ocurrido el Viernes Santo en la catedral de Granada es algo más que un símbolo, y lo escuchado horas después, por boca del inefable ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, autonominado tutelador de la red Internet, una amenaza directa a la libertad de expresión. Añadan el ataque directo a la vivienda privada, con el que nos sorprendía el BOE del sábado 11, en pleno arresto domiciliario. Todo junto significa que Pedro Sánchez quiere conculcar tres libertades clave: la religiosa -la más importante- la libertad de expresión y la propiedad privada (no se engañen, sin propiedad privada no hay libertad que valga).

A partir de ahí, ustedes, que creían vivir en una democracia indestructible, a lo mejor se llevan una sorpresa. Ojo, que lo importante no es que caiga la democracia, lo importante es que caiga la libertad. Con un gobierno socio-podemita yo lo veo muy posible y algo probable.

Pues bien, este es el momento, señores obispos, de enfrentarse al Gobierno Sánchez para defender su grey. Porque el lobo ya está aquí y hay que defender a las ovejas que quedan en el redil.

Con vuestras armas, claro: volved a oficiar la Santa Misa… ¡ya!

Con el gobierno socio-podemita están en peligro tres libertades: la religiosa, la de expresión y la propiedad privada. Casi nada

Y no sólo eso: volved a confesar… y empezad –que no volved-, a insistir a los fieles en que confiesen y comulguen con frecuencia. ¿Es que no se dan cuenta monseñores, de lo que está ocurriendo?

Pero hoy es Domingo de Resurrección, momento de recordar dos promesas de Cristo, una de antes de la pasión, la otra tras su resurrección, dos consejos imprescindibles para el hombre de hoy:

Cuando comiencen a suceder estas cosas, levantaos y alzad vuestras cabezas porque se aproxima vuestra liberación” (Lc 21,28). Esto es, no es tiempo para melancolías sino para alegría recia y esperanza profunda.

Y la otra, la verdad más olvidada de entre todas las olvidadas verdades del Evangelio: “Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundo” (Mt 28, 29). Ya saben, de derrota en derrota hasta la victoria final. El sino del cristiano es la victoria.