La existencia de lo espiritual, aquello que no tiene principio ni fin, aquello que no se puede medir, ni contar, ni pesar, es fácilmente demostrable.

Ni una sola de nuestras células, tampoco las neuronas, mantiene la misma composición química que hace 10 años. Nada de nuestro cuerpo es lo mismo -ni es el mismo- que diez años atrás. Y en un bebé, ninguna parte de su cuerpo es lo mismo que hace 10 meses. La materia es cambio continuo. De lo que se deducen, al menos, dos cosas:

  1. Que si tan solo fuéramos pura materia, estaríamos en un continuo cambio de especie, un modo de evolución permanente y rapidísima, enloquecedora. Por ejemplo, si comemos un chuletón, ya tendríamos algo de vaca. No es verdad. Sencillamente, la carne de vaca se convierte en nuestro propio cuerpo y continuamos siendo los mismos. Ergo, tiene que haber algo más.
  2. Qué puede ser ese algo más, algo que no cambia, que hace que sigamos teniendo el mismo nombre y sigamos siendo la misma persona que cuando éramos niños… a pesar de que toda nuestra materia ha mutado.

Su poder poco importa: lo único que necesitamos es su amor

Pues tiene que ser algo que no cambia, algo que no está sometido al horror del cambio permanente, algo que permanece incólume. Es a eso a lo que los cristianos llamamos alma; los filósofos, espíritu; los biólogos, vida; los poetas, sensibilidad; los psicólogos, personalidad. En genérico: espíritu, lo inmaterial. ¿Qué es espíritu? Lo que conoce y ama.

Por tanto, somos híbridos de espíritu y materia. No debería extrañarnos que haya seres que sean solo espíritu sin materia (Dios o los ángeles, los benditos, los perversos) y que haya seres que sean materia sin espíritu (los inanimados). Y entre los híbridos de cuerpo y espíritu, hay una especie que, además, está dotada de espíritu racional. Le llamamos hombre y es el único ser libre de todos los seres creados.

Ahora bien, a un espíritu no hay forma de matarlo. El cuerpo sí que muere. Está muriendo desde que nace. El cuerpo se disuelve, se rompe en partes, se diluye. El espíritu no tiene partes ni materia que disolver. La muerte no es la muerte del alma, sino del cuerpo.

Y el que no cree en la vida eterna es un lerdo

¿Y la resurrección del cuerpo de Cristo? Muy especial, claro porque él sí podía devolver la vida a su cuerpo… y con un cuerpo glorioso, incorruptible, tal y como será el nuestro tras la resurrección (del cuerpo, porque el alma no habrá muerto). Morir no morimos nunca, pero el cuerpo solo lo resucitaremos al final del mundo.

Mientras tanto, podemos seguir pendientes de la evolución en liga del Real Oviedo, un club señor que ilumina con su presencia la Segunda División española.

El único que tenía poder para resucitar (etimológicamente resurrección significa ponerse en pie) era Cristo… y lo hizo al tercer día. Con ello demostró ser el único que podía volver a unir cuerpo y alma.

Somos espíritus inmortales: no podemos ser otra cosa

Porque, claro, si crees en el espíritu, y se puede demostrar su existencia en pocas líneas, es difícil no creer en la existencia de seres con espíritu, pero sin materia. Seres que viven fuera del tiempo, porque el tiempo empezó a existir cuando existe el espacio.

Y luego piensas en quién ha podido crear un espíritu inmortal y así llegamos a Dios. Porque la única manera de explicar la existencia (esto no es mío, es de Aristóteles) es que haya un ser que sea la existencia misma.

Y entonces es cuando damos el paso definitivo, al que no se llega por la reflexión, sino por la revelación y la vivencia. Dios es creador todopoderoso pero eso no nos consuela ni nos llena la vida. Lo que nos llena el corazón es que ese Dios resucitado es también Padre, ¡que nos ama! Cristo es un tipo en el que podemos confiar. El que nunca traiciona.

Porque, después de todo esto, otra conclusión es que aquel que no cree en la resurrección de la carne, que no del espíritu, aquel que no cree en el Cielo, es un pobre lerdo.