No saldrá de mis labios un reproche”, asegura quien utilizó a Adriana Lastra para machacar a Pablo Casado durante la última sesión parlamentaria.

Cuatro semanas de confinamiento que están a punto de cambiar el curso de la guerra. ¡Toma ya! No era Francisco Franco hablando de la batalla del Ebro sino Pedro Sánchez, en tono épico, refiriéndose a su decisión de encerrar a 47 millones de españoles en sus casas, convertidas en penales, para evitar el contagio por coronavirus. Por cierto, según una fuente objetiva, él mismo, una medida tremendamente exitosa.

Lenguaje bélico, que no abandona desde que se leyó un resumen de una biografía de Winston Churchill: “Estamos lejos de la victoria. No podemos deponer las armas”.

Y como no podemos deponer las armas, el presidente del Gobierno, aparición estelar en las televisiones, a la hora de la comida (a Sánchez le encanta fastidiarle la comida y la cena de fin de semana a los españoles, ayunos de información ante la pandemia) resulta que seguiremos en confinamiento general y carcelario, no por mucho tiempo.

No es broma, que Sánchez adula con una boca y amenaza con la otra (sí, parece tener muchas bocas): “ni una sola salida más”, advierte. A trabajar o en casita.

Más ejemplos de cinismo presidencial: los sanitarios no tienen los medios necesarios… los que tú tenías que proporcionarles

Pero centrémonos en lo importante. Hacia dónde caminamos en España, de la mano de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, es hacia un cambio de régimen político. Para ser exactos, hacia una dictadura comunista de corte bolivariano. La nueva dictadura de Sánchez parte de una concepción ‘empírica’: yo hago lo que me dicen los científicos. Y si lo dice la ciencia, o sea él, todos a obedecer.

Pocos saben en España quién compone el Comité Científico. Además, no son los únicos científicos que existen en España, ni los de mejor currículo, ni los dichos científicos saben mucho más del coronavirus que el resto de los mortales… ni los científicos son los únicos que deben opinar sobre el Covid-19.

Por último, no sabemos si Sánchez está siguiendo los consejos -¿son unívocos?- del famoso Comité Científico. Lo cierto es que el presidente del Gobierno hace lo que le viene en gana con la excusa de seguir los consejos de los ‘expertos’.

Lo que quiere Sánchez es el poder omnímodo: el coronavirus se lo ha puesto en bandeja y el sufrimiento de los españoles le importa un bledo.

Junto a este cientifismo, Sánchez se ha convertido en un producto de la tautología, siempre vecina del cinismo. Ejemplo: “Mi objetivo es salvar vidas”. Hombre claro: sólo faltaba que el objetivo del presidente del Gobierno consistiera en provocar muertes.

Decía que la tautología de Sánchez es vecina próxima del cinismo. Otro ejemplo de su alocución de este domingo: “Los sanitarios” se enfrentan a su lucha contra el virus, no siempre con “todos los medios necesarios”… los que tú tenías que proporcionarles. campeón.

“Unidos y unidas”. No hay manera: ni el coronavirus consigue reducir el sectarismo socio-podemita

Al Gobierno, insisto, no se le pedía que matara al virus: se le pedía que proporcionara a los médicos los instrumentos de protección necesarios para que España no fuera el país del mundo con más sanitarios infectados sobre el total de contagiados por coronavirus.

Y luego el mensaje de los mensajes, que ya es titular en los medios esclavizados por las consignas oficiales: unidad. Pero eso sí, sin ceder un ápice en sus posturas más sectarias, aquellas que repugnan al adversario, por ejemplo, el feminismo radical y memo. Así, mientras exige unidad, insiste, provocador, en el “unidos y unidas”. Un trágala que convierte sus llamadas a la unión en el viejo chiste de aquel hombre que entra en la librería y pregunta:

-Oye cara-culo, ¿tienes el libro de cómo hacer amigos?

No hay manera: ni el coronavirus consigue reducir el sectarismo socio-podemita ni el cinismo que siempre acompaña al inquilino de La Moncloa: “Mientras esto dure, no saldrá de mis labios un reproche”, asegura quien utilizó a la delicada Adriana Lastra para injuriar a Pablo Casado en la última sesión parlamentaria.

De cualquier forma, las buenas formas le duran poco a Pedro Sánchez, ni tan siquiera cuando necesita vestirse de condición de estadista. Así, sus dos últimas respuestas, ya recortadas por sus responsables de prensa, terminaron con dos monosílabos del señor presidente.

Pero de su boca no saldrá ni el menor reproche mientras dure el “enemigo común”. Es un estadista.