El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, montó el martes su numerito, durante el acto de conmemoración del cuadragésimo aniversario del 23F.

Ahora bien, los numeritos de Podemos y los indepes, tanto catalanes como vascos, que también los montan, no debieran sorprendernos. El culpable de lo que hoy pasa en España no es Pablo Iglesias sino Pedro Sánchez. El neocomunista sólo juega su papel. ¿O es que esperábamos otra cosa? El verdadero problema lo representa el socialista Pedro Sánchez que es quien le ha llevado al Gobierno y quien está sacando réditos de la radicalidad podemita o indepe, también de la violencia.

Las encuestas -no sólo las del CIS- lo certifican: Sánchez se mantiene o sube mientras Iglesias pierde fuelle y una y otra vez insisten en lo mismo: el Gobierno de coalición beneficia a Sánchez y perjudica a Iglesias.

Y el podemita ya puede porferir, impulsar o ejecutar cualquier tipo de barbaridad. Algún ministro socialista se cansa de vez en cuando pero el presidente nunca: le conviene mantener ese pluralismo interno -vulgo, esquizofrenia- donde él es el estadista moderado, con corbata, y su socio el activista atrabiliario y hasta un punto enloquecido. Poli bueno, poli malo, Sánchez gana, Iglesias pierde… pero el culpable es Pedro, no Pablo.

Así que menos arremeter contra Pablo y más quejarse de Pedro ‘el ruinas’.

Otro error: el culpable de la decadente monarquía española es el corrupto Juan Carlos I pero, afortunadamente, Felipe VI es un rey honrado.

Pues no, abjurar y humillar al padre no es honradez, es una canallada. Al padre se le honra. Entre otras cosas porque un Rey es, antes que nada, una referencia moral para el pueblo, aunque sea un golfo, y quien deshonra a su padre no es referencia de nada y mucho menos referencia moral.

Ya hemos dio que Juan Carlos I podría ser una sinvergüenza, pero era una sinvergüenza auténtico, mientras Felipe VI, por su cobardía ha acabado por ser un auténtico sinvergüenza

Pero es que, además, la actitud de Felipe VI, que el pasado martes intentó corregir, en un intento fallido, no sólo es un horror, es un error.

Felipe VI, a cambio, es un rey progre, ergo cobardón, que no tuvo agallas para impedir la entrada de los neocomunistas en el poder y ahora le toman por el pito de un sereno.

Majestad no basta con estarse quietecito y calladito, o decir aquello que la gente quiera escuchar. No le pagamos para que no moleste, le pagamos por actuar. Y como decía el veterano monárquico Luis María Ansón en el siglo XXI si la monarquía no sirve para nada desaparecerá.

El culpable no es Pablo, es Pedro, el culpable no es Juan Carlos, es Felipe.