El pasado jueves Hispanidad publicó, con firma de un servidor, el último mensaje de la madrileña Margarita de Llano, mensajes que esa mujer recibe de Cristo y de la Virgen María.

De inmediato, recibí el queo de un compañero periodista:

-Quita eso de Hispanidad, te van a llamar loco.

Le pregunté:

-¿Te has leído el mensaje?

-No, ni lo voy a leer.

Porque esto es lo curioso: les hablas a alguien de un profeta y piensa en un señor con barba, túnica y con unas tablas de piedra en la mano. Ni por pienso le digas que puede tratarse de una filóloga, casada, madre de cuatro hijos, cuyo director espiritual es el jesuita Ángel María Rojas, uno de los estudiosos de Biblia más prestigioso de España.

Sobre todo, ni de lejos le digas que se lea alguno de sus libros, que es a través de los cuales yo descubrí los mensajes de la ya conocida como Marga.

La historia es la historia de la libertad… del hombre, quien, como sus decisiones, anula los presagios, para bien o para mal

Y en verdad me acerqué a las obras del personaje con cierta prevención: mi formación filosófica y teológica procede del Opus Dei, poco amante de lo extraordinario, y de Chesterton, un tipo que aseguraba que cada amanecer es un milagro y que las vías hay que verlas con ojos de niño, para el que todo es nuevo y manifiestamente disfrutable y que la primera forma de pensamiento es el agradecimiento.

De hecho, creo en los libros de Marga por tres razones:

1.Después de leer sus libros la conocí. Si esos libros salieron de su pluma y de su mente, yo soy Ricardo de Corazón de León (nota al margen: no soy Ricardo Corazón de León). Margarita del Llano es muy inteligente pero no es una erudita ni una teóloga.

2.Porque si algo me fastidia de la modernidad, también de la modernidad eclesial, es la pedantería. Y el conocimiento profético, el que no llega por los canales institucionales -que, por supuesto, deben ser atendidos con entusiasmo- siempre gozó de gran predicamento en el orbe cristiano. Es más la Iglesia ha generado criterios insoslayables para distinguir entre los verdaderos y los falsos profetas.

3. Y más importante, por el contenido, caramba. Un ejemplo: he leído mucho sobre el problema más arduo de la filosofía cristiana: la libertad del hombre frente a la omnipotencia de Dios y su paralelo, el pecado original. Pues bien, jamás he visto una explicación del asunto tan curtida como en los libros de esta ama de casa.

Como soy periodista sé que la certeza de una noticia, de una información, no está ni en la fuente, que siempre engaña, siempre, ni en el rigor de la misma: un texto es cierto cuando resulta coherente en sí mismo y coherente con lo que tu ya conocías con anterioridad. La coherencia es el mejor termómetro.

Por cierto, se habla de una nueva desamortización en España

Pero volvamos al núcleo: el cristianismo ha pasado, en el siglo XXI, a ser locura, sobre todo en sus puntos centrales, en aquellos en los que se puede hacer más daño: la presencia real de Cristo en la Eucaristía es locura, la oración (el hombre habla y Dios responde) también lo es y un Dios pendiente de la palabra del hombre, pura demencia.

Por lo demás, las profecías no se formulan para predecir sino para convertir. Porque la historia es la historia de la libertad y si el hombre, que es libre, decide hacer caso de las advertencias de Dios, el futuro no será el anunciado sino otro más halagüeño.

Por último, y en esto también entra Marga, la prueba del algodón para distinguir entre verdaderos y falsos profetas es la alegría. El profeta de desgracias suele ser un fraude.

Y sí: ya estamos en la Gran Tribulación, en la que el cristianismo es locura porque contradice lo políticamente correcto y porque cree que Dios es amor, que traducido al siglo XXI, y a cualquier otro siglo, significa que el ataque del enemigo de la humanidad, príncipe de este mundo, se dirige especialmente contra la Eucaristía y que los ataques a esa Eucaristía se están multiplicando en todo el mundo.

En resumen, si el cristianismo es locura… ¡que viva la demencia!

Nota al margen: volviendo al último mensaje de Marga, además del sano consejo de acompañar a Cristo en los sagrarios vacíos, se habla de una nueva desamortización en España. Me atrevo a ponerle nombre porque hemos hablado muchas veces de ello en Hispanidad, al menos tantas como lo ha anunciado el Gobierno Sánchez: la nueva desamortización se llama inmatriculaciones y asfixia económica de la Iglesia a través del IBI.  

En cualquier caso, para el pensamiento dominante, el cristianismo es locura… y hay que encerrar, o silenciar, al loco.

¡Pues que viva la alegre demencia!