¿Servirá para algo la dura lección del coronavirus? Porque si esta tragedia no nos sirve para cambiar de vida, a los españoles y a toda la humanidad, menuda plancha. Si por cambiar de vida entiende la conversión. ¡Pero si yo no soy creyente! Es igual, conviértase a la caridad (eso que ahora llamamos, mal llamado, solidaridad). Es decir, no viva pendiente de sí sino pendiente del otro… y acabará por convertirse a Cristo, a toda velocidad. Sólo precisa gracia de Dios, que siempre la tenemos, y un poco de humildad.

A estos efectos, distingo entre dos tipos de humildad. La humildad intelectual, que consiste en darse cuenta de que el hombre no puede dar razón de su existencia. Es un animalillo que no pasa de contingente y absolutamente prescindible.

La segunda humildad, mucho más importante consiste en aceptar que necesitamos ayuda. Esta es mucho más sencilla y mucho más compleja que la primera.  

Las calles vacías y la presencia de la muerte, que se siente próxima, es un escenario nuevo para nuestra suficiencia y tan viejo como el mundo. Muchos amigos, tambien incrédulos, me han confesado haberse sentido impresionados por la imagen del papa Francisco dirigiéndose al mundo en una plaza de San Pedro vacía. Claro: todos nos refugiamos en el anonimato de la multitud pero nos asusta la soledad. Sólo que Dios no está en el ruido, está en eso que llamamos soledad.

El coronavirus representa una oportunidad para la doble conversión. Y quién sabe si puede ser la última, para usted y para mí.