El coronavirus es un bichito muy pequeño, que no tiene corona, que se te cuela en el estómago y que si no le matas… pues te vas al cielo”. La muy científica definición corresponde a un niño de cuatro años que, por lo menos, tiene las ideas claras.

Porque los expertos no las tienen y la clase política no sabe qué hacer. La Unión Europea ha elevado a alto el riesgo de la epidemia mientras el FMI asegura que la economía podría crecer la mitad que el año pasado. La OCDE ha animado al optimismo asegurando que puede haber recesión en Japón y en la Unión Europea.

Pero lo peor han sido la medidas, se supone que terapéuticas, que ya han iniciado -o han anunciado- la Reserva Federal, el Banco de China y el Banco de Japón. En una alarde de originalidad han decidido echar más agua al océano de liquidez. Para luchar contra el coronavirus, fabriquemos más dinero.

Especialmente preocupante la economía italiana, que sólo creció 3 décimas y ha sido la más afectada por el virus… o sea, que podría entra en recesión ya durante el primer trimestre del año.

Emitir más dinero supondrá devaluar, aún más, toda la economía mundial. A más dinero y los mismos -o menos- productos vivimos desde hace ya casi un cuarto de siglo, una devaluación permanente que se concreta en crisis permanente.

Ahora bien, en Italia, las autoridades, en las regiones más afectadas, han prohibido que las personas se acerquen un metro entre sí.  La ministra española de Igualdad, Irene Montero, debe estar pensando en calcar esa decisión: así evitará agresiones sexuales, y abusos, y acosos.

En definitiva, el coronavirus ya ha logrado un objetivo maléfico: el mundo se ha vuelto loco, el ser humano se ha entontecido y la economía, ya tocada se ha ido al garete, mientras los bancos centrales se apresuran a echar gasolina al fuego del coronavirus.