El Club de la Comedia, y en general los monologuistas, se han convertido en los reyes del ‘show’, en el arquetipo del buen humor actual. Algo falla.

Por lo general, el humorista profesional no tiene buen humor: es un triste cínico, porque el hecho de cobrar le exige provocar la carcajada a cualquier precio. Así que recurre a poner al prójimo como no digan dueñas. O al sexo, demostración definitiva de la falta de talento.

Por el contrario, al humorista aficionado le basta con la sonrisa y, si llega la carcajada, que sea por reírse de sí mismo, no de los demás. Porque esa es otra: no olviden que el humorista profesional, que tanto cunde en nuestras televisiones, suele ser un engreído de tomo y lomo, cuyo único objetivo consiste en ridiculizar a la víctima, quien, naturalmente, no puede defenderse, contradiciendo unos de los principios del humor inglés: no nos reímos de usted, nos reímos con usted. El ridículo de la víctima no es un atenuante sino un agravante, especialmente retorcido.

Y la guinda: naturalmente, la andanada contra la víctima siempre se hará desde una posición políticamente correcta. Atrévanse ustedes hacer la más mínima broma sobre feminismo o sobre homosexualidad y ya verán lo que les ocurre.

En Navidad, ríase de sus propios chistes, aunque sean malos. No acuda al especialista en alegría: le defraudará

La perversión del concepto del buen humor es una de las más considerables catástrofes de nuestro tiempo.

Ahora bien, si el Club de la Comedia ha degenerado en vulgaridad -sí, con las excepciones que usted quiera, que sin duda las hay- la medalla de oro se la lleva El Intermedio, el programita de La Sexta, de José Manuel Monzón. A la humillación de la víctima indefensa se une aquí, además, la tentación clerical del Gran Wyoming, el mayor propalador de sermones coñazo del momento. Monzón ridiculiza y ofende a las víctimas, en especial a los cristianos pero, además, nos repite una y otra vez -en ese momento su semblante se vuelve grave, muy grave- todos los dogmas políticamente correctos: ecopanteísmo, ideología de género, cristofobia, feminismo, homosexualismo, etc. Wyoming nos educa.

Vamos, que nos suelta su dogma, bastante indefinido, un día sí y otro también. Una pregunta: ¿por qué todos los humoristas profesionales son tan arrogantes?

Un consejo. Al menos en Navidad, ríase de sus propios chistes y no acuda al profesional del humor ni al especialista de la alegría: le defraudará.