Conste que la reacción de Iván Redondo a las encuestas de su colega José Félix Tezanos -el descarado-, presidente del CIS, no fueron buenas. Vamos que le parecía exagerado el autobombo a Pedro Sánchez y no olvidemos que a Redondo le preocupan dos cosas ante el 10 de noviembre: el triunfalismo, que lleva a no votar, y la depresión que lleve a despotricar… y a no votar.

Porque lo de 150 diputados para el PSOE parece un poco exagerado… hasta para Tezanos. Eso por no hablar de sus horquillas, cada vez más amplias: entre el mínimo y el máximo del PSOE hay 17 diputados. ¿Mucho no?

En cualquier caso, RTVE, la voz de su amo monclovita, cambio a lo largo del día en su fábrica editorial, el canal 24 Horas, que luego resume el telediario. Por la mañana, aseguraba que el CIS apuntaba a una mayoría PSOE-Podemos. Al parecer, se habían creído su propia propaganda, soporíficamente mantenida desde el 28 de abril. Pero a medida que la tarde se venía encima cambió el latiguillo: el CIS apunta a un acuerdo -de investidura-. Al que esta vez no podrá negase Albert Rivera si no quiere acabar como Rosa Díez, entre el PSOE y Ciudadanos… ¡que es lo que pretende Iván Redondo desde el mismísimo 28 de abril!

A Podemos, socio preferentísimo, claro que sí, ni agua del grifo.

La política española se convierte en una matemática electoral. Nadie habla ni de principios ni de programas

Insisto: hablamos de un acuerdo de investidura que no de Gobierno, ni de la legislatura, mucho menos de coalición.

Ahora bien, quedan 12 días y nadie sabe la influencia que sobre el voto puede tener la situación en Cataluña y la exhumación de Franco. En principio, el primero perjudica al ‘cobarde’ Sánchez, que no se atreve a detener el vandalismo creciente en Cataluña y lo segundo beneficia al ‘cobarde’ Sánchez que vence a un cadáver pero se gana el pulso de los progres.

Pero se trata de conjeturas. Nadie sabe a ciencia cierta si las pedradas y el desenterramiento juega a favor de Sánchez o en su contra.

Y mientras, el déficit público da otro aviso: esto no marcha. La política de Sánchez se parece cada día más a la de Zapatero: pequeñas pérdidas de agua que acaban en naufragio.

Lo más triste: la política española se ha convertido en una matemática electoral. Nadie habla ni de principios ni de programas, sólo de gobernabilidad: de cómo aferrarse al sillón.

Un panorama que resulta regocijante y sí un poco lamentable.