Científicos y escépticos se han convertido en los dos peligros que amenazan a la humanidad. Y esto porque son los dos peligros que amenazan a la libertad. Y la historia humana es la historia de la libertad.

Si los sueños de la razón se convirtieron en monstruos, los sueños de la ciencia se han convertido en pesadillas que intentan transformar a los seres racionales en tornillos de un mecanismo. Todo está programado y el margen de maniobra del hombre y de la sociedad cada día que pasa es más exiguo.

El cambio climático, un ejemplo de totalitarismo fatalista

¿Ejemplos? Por decenas. El cambio climático es la nueva religión de un ídolo cruel que pretende que lo sacrifiquemos todo a un planeta que no se sabe si, ni aún así, podremos salvar. Es decir, amargura fatalista. Hagas lo que hagas estás muerto, extinguido.

Los científicos pretenden comprender lo muy grande y lo muy pequeño, es decir, aquello que les está vedado por naturaleza.

El antidogmatismo libertario se ha convertido en una dictadura férrea que exige no creer en nada, no tener convicciones, ni tener principios

Y luego está lo de Blas Pascal, cuando alguien le mostró aquel lema en las puertas de un laboratorio: la ciencia no tiene fe ni paria. A lo que Pascal respondió: “Así es, la ciencia no tiene fe ni patria. El científico sí”.

El agnosticismo agresivo, creciente, que predica una libertad mortecina consistente en no ejercer la libertad, en no elegir, en no concluir… en perecer de aburrimiento. Es el otro gran enemigo de la humanidad en el siglo XXI, lo que hace un par de generaciones se nos vendió como el antidogmatismo libertario se ha convertido en una dictadura férrea que exige no creer en nada, no tener convicciones, ni tener principios, hasta que la exaltación de la duda nos lleva a un punto cercano a la demencia.

La exaltación de la duda nos lleva a un punto cercano a la demencia

Tanto la ciencia como el escepticismo son liberticidas.