• El presidente turco, empeñado en islamizar su país, acusa a la Unión Europea de nutrir un discurso de odio y racismo.
  • Condena los atentados en París, pero critica la presencia de Netanyahu en la capital francesa y que se olviden las masacres en Siria.
  • Nada es casual en las desafortunadas declaraciones de Erdogan, planteadas en clave nacional y por su peso en Oriente Medio. De ahí su hipocresía.
  • Se olvida con arrogancia del empeño europeo en separar la lacra del terrorismo de las creencias y la libertad religiosa.
  • Al Qaeda aprovecha la reaparición de 'Charlie Hebdo' para reivindicar su atentado de París "en venganza por las viñetas".

El sueño de Erdogan, en el poder en Turquía desde 2002, como primer ministro o presidente, es convertirse en un nuevo Ataturk, pero en sentido contrario. Mientras Ataturk dejó una peculiar herencia laica en uno de los países emblemáticos con mayoría musulmana, Erdogan se ha empeñado, a través de su partido, Justicia y Desarrollo, en lo contrario: la islamización de un país clave, puente entre Oriente y Occidente y pieza singular en el tablero de los conflictos en Oriente Medio, también como miembro de la OTAN. Y es precisamente ésa una de las razones más interesantes para interpretar las contradictorias declaraciones del presidente turco, en las que ha denunciado "la hipocresía de Occidente" tras los atentados contra la revista satírica Chalie Hebdo y el supermercado judío de París, que condenó. El primero de ellos ha sido reivindicado este miércoles por Al Qaeda en la Península Arábiga, con base en Yemen. La red terrorista ha aprovechado la reaparición del semanario para decir, a través de un vídeo, que el ataque fue planeado y financiado por esa organización "en venganza" por las ofensas contra Mahoma.

Lo de Al Qaeda tiene una lógica perversa -recuperar el protagonismo entre el yihadismo que le ha arrebatado el Estado Islámico- y lo de Erdogan, una lógica política. No tienen nada que ver, afortunadamente.

El presidente turco lanzó un dardo profundo contra la política de Francia, hace dos días, tras reunirse con el presidente palestino, Mahmud Abbas, y de paso, con una parcialidad calculada, acusó al resto de los países europeos de alimentar el rechazo a los musulmanes. A Recep Tayip Erdogan no le gustó, resumiendo, que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, acudiera a la manifestación de París -"un hombre que ha matado en Gaza a 2.500 personas con terrorismo de Estado"- o que Occidente "calle" ante las masacres en Siria, mientras su país, Líbano y Jordania, se hacen cargo de la mayoría de los refugiados. Erdogan fue más lejos, incluso, al afirmar que "como musulmanes nunca hemos participado en masacres terroristas; detrás de esta idea subyace el discurso del odio, el racismo, la islamofobia", o que los yihadistas que cometieron los atentados "son franceses y quienes pagan la factura son los musulmanes, lo cual es muy significativo". No sólo eso, la culpa del atentado, añadió, está en los fallos de los servicios de seguridad y de la Inteligencia franceses.

Algunos analistas han interpretado la salida de tono de Erdogan como una vía más para alimentar la corriente islamista que impulsa su partido, Justicia y Desarrollo. De hecho, las reacciones de los medios de comunicación turcos adscritos a esa corriente iban en ese sentido: todo está orquestado desde Occidente para dañar la imagen de los musulmanes en Europa. No hay que olvidar que la herencia de Ataturk permitió a Turquía dejar atrás la Edad Media en la que se perpetúan muchos de los estados musulmanes, al no separar, como en Europa, la religión del Estado, algo que no gusta nada a los islamistas y por lo que se desangran en una 'guerra civil' permanente entre las corrientes del islam (entre chiitas y sunitas, por ejemplo).

Nada más lejos de la realidad para cualquier observador imparcial, sin embargo, que lo pinta Erdogan. Si en algo han insistido estos días los gobiernos europeos es en separar la religión del terrorismo porque se trata de problemas antagónicos desde el foco occidental. Y desde otro ángulo, el propiamente religioso, basta escuchar cualquier mensaje del Papa Francisco para coger criterio. Este miércoles, sin ir más lejos, ha dicho en Sri Lanka que "toda persona debe ser libre, individualmente o en unión con otros, para buscar la verdad, y para expresar abiertamente sus convicciones religiosas, libre de intimidaciones y coacciones externas".

Todo en Erdogan es estratégico, no nos engañemos, desde su relación con la UE -a la que le negó la entrada Francia con su 'no' en referéndum a la Constitución europea- como con sus vecinos de la región. Al Asad, el presidente sirio, ha sido un freno a las aspiraciones turcas en la región. Eso ayuda a explicar a su vez la denuncia de Damasco sobre que Turquía es la "ruta de infiltración de los yihadistas". Y desde otro ángulo, el obispo católico-caldeo de Mosul, Abe Nona, también fue crítico con Turquía en una entrevista con Hispanidad. No hay que olvidar que hay una presión sistemática contra los cristianos en los países musulmanes y que están siendo masacrados por los yihadistas del Estado Islámico en Irak y Siria.

Erdogan ha condenado los atentados en Francia, es cierto, pero olvida, con su desaire sobre que Occidente está alimentando la islamofobia, que es precisamente eso, aunque en sentido contrario, lo que está ocurriendo en Turquía con las minorías religiosas, entre ellas las cristianas.

La silenciosa senda hacia la islamización del país emprendida por Erdogan ha tenido varias fases, recortando progresivamente, en primer lugar, el poder del ejercito sobre las instituciones -garante, en principio, del Estado laico de Ataturk- y con una serie de leyes, después, en el mismo sentido: el velo, las restricciones al alcohol o a la libertad de prensa y la potenciación del islam como religión prácticamente monopolizadora en el país (por vía presupuestaria, educativa, administrativa y por lugares de culto).

Rafael Esparza
rafael@hispanidad.com