Lo primero, leer el artículo de un hombre bueno e inteligente, Josep Miró, exconsejero de la Generalitat catalana, que dirige la revista y el movimiento Ecristians.

Los hechos son sencillos: se beatificó en la Sagrada Familia a Joan Roig, un joven católico asesinado por los milicianos socialistas durante la muy democrática II República. Debía escocer la beatificación de un mártir por la fe con asesinos de izquierda, en un periodo de desmemoria histórica, más bien histérica, o sea, la imperante hoy en España, porque de inmediato surgieron protestas contra el hacinamiento de personas en el templo de Gaudí. Falso, claro está, pero sirvió para que la Generalitat forzara al cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal, a “dialogar”. Es decir, se impuso a la Iglesia un máximo de 100 personas por templo, aunque hay iglesias en Barcelona que multiplican ese aforo hasta por 10.

Y entonces se anuncia un acuerdo entre la Iglesia y la Generalitat. Acuerdo, claro que sí, porque a la fuerza ahorcan.

Y tiene razón Miró cuando asegura que los indepes quieren poner en la picota a la Iglesia pero calla Miró, más prudente que servidor, que el cardenal Omella simplemente tenía que negarse a aceptar una reducción semejante de la libertad religiosa. El arzobispo Omella debe enfrentarse a la Generalitat: no basta con llegar a malos acuerdos… porque a los cristófobos hay que hacerles frente en tiempos de persecución.

E insisto, los problemas de la Iglesia española no se solucionarán hasta que un obispo, o varios, entre en prisión.