La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, suele equivocarse allí donde va pero, eso sí, lo hace con sincera rotundidad. Cuando saca la manguera y echa más agua al océano de liquidez donde nos estamos ahogando todos, lo hace sin timidez, con ganas, con rotundidad, más incluso de lo que esperan los especuladores del mercado, perdón, los inversores.

Así, ha sacado a la luz nada menos que 1,35 billones de euros, ha escupido al mercado más que el PIB español. Pero en un año, oponen los sensatos. Cierto, el PIB español también es anual.

En algunas partes de Europa, durante la sabia Edad Media, castigaban con la muerte la emisión irregular de moneda: estos chicos sabían lo que se hacían

Insisto, en algunas parte de Europa, durante la sabia Edad Media, castigaban con la muerte la emisión irregular de moneda. Sabían lo que se hacían estos chicos.

Porque claro, ¿cuáles son las consecuencias de la decisión de doña Christine, que consolida el demoniaco principio de que una sana economía no es aquella que produce bienes y servicios sino aquella que produce dinero?

La primera es la clásica y no necesita de muchas explicaciones. Se estudia hasta en las facultades de Economía: el exceso de dinero produce hiperinflación.

Dicen que los alemanes, que llevan en su ADN la hiperinflación germana de los años 30, que abrió el paso a Hitler, se oponen a Lagarde por eso mismo. Esto significa que hasta los teutones pueden acertar: ¿no les resulta entrañable?

Lagarde recibió el aplauso atronador de los mercados. Debería pensar que los que invierten en bolsa constituyen una exigua minoría. Son aquellos a los que, una vez cubiertas sus necesidades, aún les queda dinero para invertir

Segunda consecuencia, apenas valorada y, por supuesto, no estudiada en las facultades de economía: el océano de liquidez sólo beneficia al grande en lugar de al pequeño. Esta considerable catástrofe es muy clara: los grandes beneficiarios de la decisión de Lagarde son los estados y las grandes empresas. Y las dos son malas, o deberían serlo para un buen liberal, dado que ambos, gobiernos y multinacionales no resultan nocivas por ser públicas o privadas sino por ser grandes y dedicarse a fastidiar la propiedad privada de los pequeños. Por norma.

Tercera consecuencia: si aumentas el dinero de forma exponencial estás devaluando toda la economía mundial del capital y, atención, el trabajo que para el abajo firmante no deja de ser la explicación a la crisis económica permanente en la que vivimos desde la aparición del patrón-oro.

El dinero no es riqueza sino un mero instrumento de cambio de esa riqueza. Convertir el medio en fin es, mismamente, la causa de que estamos condenados a una crisis económica permanente. O sea, en la que vivimos desde que comenzara el siglo XXI.

Y algo más plausible e inequívoco: al que se está ahogando hay que echarle un cabo, no más agua.

Pero la semana vencida (1-7 de junio), Christine Lagarde recibió el aplauso atronador de los mercados, así que está convencida de que no se equivoca. Debería pensar que los que invierten en bolsa constituyen una exigua minoría que ya una vez cubierta sus necesidades vitales, aún le queda dinero para invertir. Es decir, tiene poco que ver con la mayoría silenciosa, la que no invierte en bolsa. Y el hacedor de dinero debe trabajar para la mayoría, no para la minoría.