Lo ha dicho la catedrática Natalia López Moratalla: el cigoto es “una célula peculiar dotada de una nueva estructura de información genética, procedente pero distinta de la de sus progenitores, y que con el inicio de la emisión del mensaje genético le comunica una identidad individual”. Afirmación que recoge Juan Carlos Grisolía en un artículo titulado ‘Relativismo y homicidio en las entrañas’ (ver el adjunto inferior).    

Nacer no es nada: es el traslado del niño apenas un metro: desde el seno de la madre hasta su primera cuna

Recientemente, con motivo de una información en Hispanidad, titulada con el lema de una pancarta “legal o ilegal el aborto mata igual”, se armó en Facebook un curioso rifirrafe porque una argentina aseguraba que el feto sólo es “un proyecto de persona” y que la persona existe al nacer. Es una afirmación muy feminista pero, no sólo poco religiosa, sino poco científica. Desde un punto de vista científico, que no cristiano, existe una persona desde el momento de la concepción, cuando aparece el cigoto. Porque el cigoto presenta un código genético individual e individuado distinto del padre y de la madre aunque proceda de ambos. Es decir, es un individuo con un ADN humano; por tanto, de la especie humana. 

Un embrión de una docena de ‘células’ es aun más humano porque ese código se ha desarrollado y fijado. Por último, para dictaminar que un feto es una persona no hace falta ningún supuesto químico ni ninguna hipótesis científica porque entra en el campo de la evidencia: se parece tanto a un niño que, blanco y en botella, sólo puede ser un niño. 

¿Existimos desde que nacemos? Eso atenta contra la doctrina cristiana pero, sobre todo, atenta contra la ciencia. El aborto es anticientífico. Y, además, intelectualmente, es una pavada.